Alcances y límites del wokeísmo en México
En algunos aspectos, estamos vacunados contra la amenaza woke; en otros, somos vulnerables.
A nuestro pobre archipiélago, las modas extranjeras llegan con cierto retraso, y el wokeísmo no es la excepción. Esta mezcla estadounidense de marxismo cultural, posmodernismo, victimización, estudios de agravio e identitarismo amenaza los cimientos liberales de Occidente y ha erosionado universidades, medios, arte, política y ciencia. Ahora extiende sus tentáculos a nuestro país, importada por las élites que estudian allá y que intentan aplicarla aquí irreflexivamente.
Sin embargo, tenemos una ventaja inicial. El wokeísmo en México es un juego principalmente de élites muy reducidas que, a mi juicio, no ha llegado al grueso del pueblo bueno. Esto se debe, en cierta medida, a nuestro abrumador analfabetismo y a nuestra desconexión con los asuntos públicos, el debate y el mundo. Aunque el wokeísmo es un fenómeno religioso y emocional, requiere cierta interacción con las ideas; no por nada surgió en las universidades. En un país donde pocos saben o desean saber algo —un país prelingüístico, como lo llama el profesor Isolino Doval—, estamos irónicamente vacunados por ignorancia.
Esto no significa que seamos inmunes, sólo que el contagio puede ser más lento. De hecho, que sea un lenguaje de élites implica varios peligros. Por ejemplo, nuestras universidades, que imitan todo lo que se hace en Estados Unidos, ya están totalmente infectadas. Esta misma semana, me enteré de que el Colmex rompió relaciones con la Universidad Hebrea de Jerusalén y el CIDE con la de Tel Aviv —dos de las mejores del mundo— en solidaridad con la causa palestina, como si esas universidades fueran extensiones bélicas. Por supuesto, no dijeron nada sobre los monstruosos ataques terroristas de Hamas, salvo la clásica condena equilibrista. Es evidente, desde que se convirtieron en brazos propagandísticos del obradorismo, que ya no son centros de pensamiento, sino de adoctrinamiento político, lo cual contradice la esencia de la universidad: pluralidad, debate y disenso.
En segundo lugar, que sea un juego de élites significa que buena parte de nuestras instituciones políticas y leyes ya están contaminadas. Basta con ver nuestra ridícula ley electoral, llena de paridades forzadas, cuotas y etiquetas, para entender que estamos completamente contagiados, aunque ya no haya democracia. Recordemos que quien iba a ser regente de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, fue retirado de la boleta arbitrariamente por ser hombre —uno de los villanos del relato woke— y reemplazado por una pobrecita mujer mediante caridad de género. Así le hacen con otras etiquetas, ya sea la indígena, la trans, o la que convenga en la pirámide de victimización. También está la Nueva Escuela Mexicana, que educará a nuestros niños con la pedagogía del oprimido de Paulo Freire, que, aunque no es estrictamente woke, es una de sus fuentes, ya que trata a Occidente como un patriarcado colonial blanco y opresor.
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