Annie Hall: evocación de la gran comedia surrealista
En medio de la crisis que atraviesa el humor, vale recordar la Manhattan de la era clásica: aquella de Woody Allen. Escribe Ángel Jaramillo.
Como parte de nuestra conspiración de mentes, plumas y voces —eso es, en esencia, una revista— nos complace anunciar, para estrenar el año, que se incorpora a Disidencia el escritor Ángel Jaramillo, quien ustedes han escuchado varias veces en el podcast, por ejemplo, en el reciente episodio #60 de noviembre. Sus entrevistas a personajes de la talla de Anne Applebaum, Francis Fukuyama, Lawrence Wright y Nadia Urbinati han sido ampliamente leídas y comentadas, así como sus libros y ensayos sobre Trump, Leo Strauss y Nietzsche. Estará escribiendo una especie de miscelánea de diferentes temas, tanto actuales como pasados y permanentes, que van desde la política y la filosofía, hasta la cultura y el arte. En esta primera ocasión evoca con nostalgia —en medio de una crisis universal del humor— esa pieza de comedia cinematográfica que califica como la mejor de todos los tiempos: Annie Hall, de Woody Allen.
1977 fue el año en el que el rey del rock, Elvis Presley, daba su último respiro sobre este pequeño punto azul en el firmamento.
Ese año también se exhibió en los cines que pudieron, la que debe considerarse la mejor comedia cinematográfica de todos los tiempos.
Me refiero, por supuesto, a Annie Hall de Woody Allen.
Como lo hicieron Aristófanes en la Atenas clásica o Plauto en la antigua Roma, Allen revolucionó la comedia estadounidense con Annie Hall. Mezclando su innegable talento para el chiste de alta escuela con un gusto por el surrealismo, Allen escribió en unos días un guión lleno de gags que en un inicio iba a ser una comedia policiaca.
Cuando su coautor, Marshall Brickman —quien acaba de fallecer hace unos días— vio el guión sabía que este tenía que tratar sobre un genio de la neurosis y su romance fallido con una chica carismática americana.
Estos dos extraños amantes, reconociéndose en la ciudad de los rascacielos que nunca duermen, es un mito a nuestro alcance en el mundo moderno. No el del heroísmo wagneriano, sino el de la cotidianidad maravillosa de lo que nos sucede en las plazas y parques mientras miramos el rostro de quien nos corresponde. No la ópera, sino el jazz y el blues como el soundtrack de nuestras vidas.
Más que la otra película de Allen Manhattan, Annie Hall expresa el ethos del Nueva York de los años setenta, una ciudad cosmopolita pero todavía con un sabor de urbe salvaje y de secretos que sólo los locales conocen.
Allen no desaprovechó su oportunidad para hacer bromas en su película sobre la otra gran metrópolis americana: Los Ángeles. Si Nueva York es la ciudad sofisticada de los intelectuales chic, Los Ángeles es la urbe del automóvil y de la carencia de ironía. Esta concepción de la gran ciudad californiana se reflejó en el hecho estético de Woody Allen tocando el clarinete en un pub neoyorquino mientras la academia cinematográfica le otorgaba cuatro óscares a Annie Hall, incluyendo a la mejor película y al mejor guión.
Que Hollywood hubiera premiado una comedia experimental que exigía a su público reconocer revistas como Dissent o Commentary y que incluía una escena inolvidable con Marshall McLuhan es indudablemente un punto a su favor.
Allen comenzó su carrera escribiendo chistes para una pequeña publicación y luego se las ingenió para hacerlo en televisión, donde se hizo famoso por su humor absurdo.
No es curioso entonces que Allen comenzara y terminara su mejor película con un chiste. El primero atribuido a Groucho Marx sobre un hombre que no quiere pertenecer a un club que lo haya aceptado como miembro y el segundo sobre alguien que visita a un psiquiatra y le dice que tiene el problema de que su hermano se cree una gallina. Cuando el psiquiatra le pregunta por qué no lo interna, el hombre le responde que lo haría pero que necesita los huevos. Quizás por eso nos enamoramos perdidamente de todas las imposibilidades que nos hacen vibrar, nos dice Allen.
La escena final termina con Alvy Singer (Woody Allen) y Annie Hall (Diane Keaton) despidiéndose en la esquina de la 63 West y Columbus, que yo habré recorrido innumerables veces, no siempre acompañado.
Ahí nos deja Allen: en una calle donde los autos pasan, un semáforo marca Don't Walk y una añoranza por los romances fracasados.
*Inicié mi ascenso hacia el ancho mundo con la muerte de John Lennon y el descubrimiento del ethos de los sesentas. Crecí adorando el rock anglosajón de los 70s y ahora busco componer una de sus derivaciones. Un día leí Tiempo nublado de Octavio Paz y decidí que había que ser internacionalista, cosa que hice en el Colmex. Después empaqué mis maletas y me fui a Nueva York, gran metrópolis de ensueño. Ahí conocí a mi maestro Christopher Hitchens y la obra de mi filósofo de cabecera, Herr Leo Strauss. Mi vocación es ser escritor y mis más admirados amores se llaman Socorro y Ángel: mis padres. Mi motto hoy es (pero puede cambiar): si la vida no es una sonrisa entonces es una úlcera espiritual.
Hay que promover la cultura de la descancelación. Tenía como una década que no leía nada favorable sobre este ya clásico director. Se agradece.
Wowww maravilloso poder leer y disfrutar también a otras plumas invitadas a Disidencia! Muchas felicidades y está excelente esta descripción de Annie Hall.
Mi esposo y yo tuvimos la oportunidad de conocer a Woody en su Pub en Nueva York y nos dedicó un autógrafo que guardamos con gran recuerdo!
Felicidades por tu trayectoria… muy interesante!