Antídoto a las próximas Lenias
En una tomadura de pelo, el régimen rellenó la convocatoria para nuevos jueces. Los perfiles son —como usted se podrá imaginar— deplorables. Escribe Óscar Constantino.
De repente, como por arte de magia, de un fin de semana al otro, miles de aspirantes inundaron la convocatoria del régimen obradorista para convertirse en jueces del nuevo Poder Judicial cuando apenas unos días antes la invitación se encontraba desierta. Fue un espectáculo burdo con todas las señales de un acarreo de mala factura.
Los medios tradicionales lo anunciaron con júbilo. Y en redes sociales se desplegaron los perfiles de algunos de estos candidatos que, muy lejos de ser admisibles, eran mosaicos de ineptitud y corrupción. Algunos de ellos, según se ventilaba, apenas logran escribir sin cometer errores garrafales; otros tienen antecedentes cuestionables que van desde fraudes menores hasta acusaciones por delitos mayores. Sin embargo, todos comparten una característica preocupante: son perfectamente moldeables para servir a un régimen que los está enfilando no con criterios de excelencia, sino con los vicios necesarios para asegurar obediencia.
El régimen ha puesto la vara tan baja que basta con un promedio de ocho y unas cartas de recomendación de vecinos para calificar como candidato a juez. La explicación detrás de este absurdo es clara: abogados mediocres y maleables son justo lo que necesita el gobierno. No requiere juristas brillantes ni voces independientes; necesita operadores sumisos, jueces dispuestos a sentenciar a favor del partido y del presidente en turno. Y así, con una sonrisa cínica, el sistema comienza a moldear quienes serán los nuevos capataces de los juicios en el país.
Pero la raíz del problema no está sólo en la convocatoria simulada. Viene de mucho más atrás, de las propias universidades, que tienen planes de estudio inadecuados y prácticas docentes ineficaces para la formación jurídica. La educación actual en las licenciaturas en derecho no forma a los egresados para hacer algo tan delicado como proyectar sentencias en juicios. De hecho, no los forma en casi nada.
El perfil general es de alguien que no lee, que no argumenta bien y que es incapaz del pensamiento abstracto. Con esos antecedentes, resulta casi imposible que estos abogados tengan una formación teórica suficiente para hacer análisis constitucional, ponderación de derechos y examen de doctrinas, indispensables para resolver casos difíciles.
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