Ya varios miembros del politburó obradorista —desde los alfiles legislativos hasta la encargada en presidencia, pasando por sus predecibles voceros en los medios— han convocado a los mexicanos a unirse frente a la amenaza que representa Donald Trump. Curioso que un llamado a la unidad nacional venga de un régimen cuyo principal ímpetu político sea precisamente la división. No es ningún misterio que el obradorismo se abrió camino conforme al manual populista de toda la vida, repetible en cualquier época y país: poner buenos contra malos, levantarle enemigos a un pueblo prístino, acusar, perseguir, excluir, destruir. Es la retórica fascistoide del amigo-enemigo ya tan conocida.
Los regímenes populistas eventualmente necesitan enemigos foráneos para confirmar su idea de nación agraviada, pero antes deben erigir enemigos internos y purgarlos. El obradorista, así, destruyó al Poder Judicial —y con ello virtualmente a la república— mediante intimidaciones, chantajes y extorsión. Capturó al árbitro electoral que nos aseguraba elecciones libres. Desmanteló a los contrapesos y órganos autónomos aduciendo, sin pruebas, corrupción, mismo argumento que usó para defenestrar a la burocracia competente y sustituirla por la leal, al igual que cancelar importantes obras y reformas, infiltrar medios de comunicación y centros de pensamiento, ideologizar el aparato cultural, diplomático y científico y mantener amenazada con cárcel a la oposición y a la sociedad civil.
No hubo, sin embargo, más grave discordia y enfrentamiento instigado por el régimen que haber abrazado criminales en detrimento de la población. Están ya ampliamente documentadas las alianzas non sanctas en los estados del Golfo y el Pacífico, además del relato permisivo proferido todos los días desde la tarima mañanera, licencia con la cual se produjo la mayor cantidad de homicidios violentos y extorsiones desde que contamos. No es sólo una torcedura en la ecuación moral ni tampoco una mera capitulación de las funciones esenciales del Estado: es una traición. Quien se supone que debe protegerte —y para eso le pagas— se ha asociado con los criminales, a quienes encima considera parte venerable del pueblo, es decir, preferible a nosotros, sus enemigos reales.
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