Colosio, el hombre y el mito
A 30 años del asesinato de Colosio, Raudel Ávila escribe sobre el personaje, sus cualidades políticas y la neutralización del populismo que no fue.
Para don Ángel Verdugo, paisano sonorense
No conocí a Luis Donaldo Colosio. Tenía yo 8 años cuando lo asesinaron. Recuerdo con mucha precisión, eso sí, la inmensa conmoción que sacudió a su natal Sonora, donde yo pasé mi infancia, ante la noticia de su muerte. En mi escuela primaria, las maestras lloraban mientras los niños comentaban en el recreo lo que le habían oído decir a sus papás. “Pinshi Camacho”, soltaban los pequeños con desparpajo y con la “ch” pronunciada como “sh” muy a la norteña. Me acuerdo haber estado en mi casa leyendo una revista del hombre araña, todavía con un poco de luz solar ya muy menguada (en el desierto anochece más tarde), cuando mi mamá vio en televisión la noticia del asesinato de Colosio. El rostro de mi mamá quedó transfigurado por la preocupación y exclamó con tristeza: “ese hombre era bueno, por eso lo mataron, él sí iba a ayudar a Sonora. Voy a pedirle a Dios que cuide a México.” Y se fue a rezar. Impresionante lección desde la infancia, a los hombres buenos los matan por ser buenos. Yo no sabía quién era “el pinshi Camacho” al que maldecía todo Sonora, pero me daba cuenta que mi comunidad hermosillense lamentaba con angustia profunda un acontecimiento de carácter casi cósmico. La gente atribuía esperanzas gigantescas a Colosio. Habían pasado como seis décadas desde que hubo un presidente sonorense y la gente esperaba que, por primera vez en tantísimos años, el centro, los políticos capitalinos o como les decían allá “los pinshis huashos”, se acordarían finalmente de mi estado. Un estado tan lejano geográficamente todavía en un mundo donde el internet no había irrumpido en forma masiva y las largas distancias telefónicas era costosísimas. En mi escuela, cuando un niño era un buen declamador de poemas cursis el día de las madres, los otros compañeros le gritaban emocionados “¡Colosio, Colosio, Colosio!”
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