Con pena y sin gloria
Crónica de una diplomacia fallida o la política exterior del obradorismo.
Disidencia está reuniendo plumas jóvenes y voces frescas, siempre críticas e independientes. Ahora presentamos a
, analista, ensayista y exdiplomática mexicana. Internacionalista por el Colegio de México, pero cuya verdadera pasión es la filosofía. Alexia se decepcionó profundamente del funcionamiento del Servicio Exterior luego de trabajar con funcionarios de una gran medianía. Tras vivir varios años fuera de México, como estudiante primero y como funcionaria y analista después, es una convencida del valor de la libertad y de la apertura al mundo, a las ideas y a los otros. Se considera una defensora del arte de la moderación en las acciones y en las palabras. En este primer ensayo hace una crónica definitiva del sexenio en materia de política exterior.A escasos quince días del fin del mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, la secretaria de Relaciones Exteriores Alicia Bárcena, envió un mensaje al personal de la cancillería en el que subrayó los logros de la llamada “política exterior humanista de la cuarta transformación”. Una diplomacia —dice Bárcena— de las “4C”, esto es, cercana, congruente, contundente y comprometida con el proyecto de la transformación. A estas palabras las acompañaba un listado de enunciados vagos y cargados de corrección política —como es habitual en este tipo de comunicaciones— sobre la política exterior del sexenio. Entre ellos, el avance de “la política exterior feminista” (lo que sea que eso signifique), o el diálogo “cercano, frecuente y prolífico” con los países de América Latina.
Más preciso que el esfuerzo imaginativo de encapsular a la diplomacia en un puñado de adjetivos retóricos que inician con “c”, es analizar la diplomacia y la política exterior de la autodenominada cuarta transformación o la “4T”. Una diplomacia y una política exterior caracterizadas por una tremenda carga ideológica, por un nacionalismo aislacionista y por el desprestigio de México en el mundo. Y es que la política exterior obradorista estuvo plagada de desaciertos, arrebatos e incongruencias justificadas en aquello de que la mejor política exterior es una buena política interna, y en la defensa dogmática y absolutamente acrítica del principio de no intervención.
Sin duda, uno de los cambios más significativos durante este sexenio se fincó en el protagonismo de la ideología de izquierda de López Obrador. Esto permeó a toda la administración y moldeó todas las políticas públicas. La Secretaría de Relaciones Exteriores no fue la excepción. Por un lado, y a pesar de que por definición el cuerpo diplomático de un Estado trasciende los colores partidistas, en los últimos seis años se marginó a muchos diplomáticos de carrera por identificarlos lo mismo con el priísmo que con el panismo. Una decisión innecesaria y, en mi opinión, un tanto paranoica pues si por algo se caracteriza el personal diplomático de carrera es por cumplir rigurosamente las instrucciones del Ejecutivo, independientemente de su afiliación ideológica.
Por otro lado, la centralidad de la ideología en la conducción de la política exterior se tradujo en el acercamiento con la Cuba de Miguel Díaz Canel —una de las pocas visitas al exterior de López Obrador fue a La Habana y el mandatario cubano fue el invitado de honor en los festejos del aniversario 211 del inicio de la guerra de independencia de México—; el respaldo al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, y la abstención de México en la votación para expulsar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU tras la invasión a Ucrania.
El gobierno también otorgó asilo a Evo Morales luego de que intentó reelegirse para un cuarto mandato presidencial en abierta violación a la constitución de Bolivia. El Estado mexicano tiene una larga tradición de asilo político y refugio. Así, por ejemplo, durante el siglo XX, México recibió a personajes como el poeta León Felipe y el director de cine Luis Buñuel, durante la Guerra Civil Española; o a la familia del expresidente chileno Salvador Allende, destituido por un golpe militar. Sin embargo, llama la atención no sólo que el gobierno acogió a Evo con bombo y platillo —el entonces canciller Marcelo Ebrard lo recibió al pie del avión de la Fuerza Aérea Mexicana que lo transportó y lo nombraron huésped distinguido de la Ciudad de México—, sino que realizó todo tipo de actividades políticas durante las tres semanas que estuvo en el país.
El sexenio también estuvo marcado por conflictos deliberados con los enemigos ideológicos del régimen. Pleitos buscados con España al inicio de la administración que culminaron con la introducción de la novedosa figura de “pausar” las relaciones diplomáticas con quien es el principal socio comercial europeo de México.
Con Perú, luego de calificar al gobierno de Dina Boluarte como inconstitucional y sabotear durante meses la Alianza del Pacífico —un mecanismo de integración económica regional conformado por Chile, Colombia, México y Perú.
Y, con Ecuador, tras el lamentable episodio del ataque contra la inviolabilidad de la embajada de México en Quito después de que México otorgó asilo al expresidente Jorge Glas, acusado de peculado.
Algo que no debería perderse de vista y que constituye uno de los costos más evidentes de la política exterior de la 4T es que sólo en el lapso de este sexenio, tres embajadores mexicanos fueron declarados persona non grata por gobiernos de América Latina.
Sobre el repliegue de México del mundo, la agenda internacional de López Obrador fue mínima. Por el tamaño de su población y su economía, México es uno de los países más relevantes de América Latina. Sin embargo, el presidente optó por no participar en foros multilaterales como el G20 y la Asamblea General de las Naciones Unidas o por intentar boicotearlos, como sucedió con la IX Cumbre de las Américas a la que AMLO no asistió por la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Las visitas bilaterales también fueron escasas. El presidente sólo realizó visitas de trabajo a Estados Unidos, algunos países de Centroamérica, Chile, Colombia y Cuba.
“Una diplomacia y una política exterior caracterizadas por una tremenda carga ideológica, por un nacionalismo aislacionista y por el desprestigio de México en el mundo.”
México no ocupó un asiento en espacios de toma de decisiones internacionales, pero sí privilegió los lazos bilaterales con una fuerte carga simbólica. El caso cubano es el más significativo. Históricamente, la afinidad social y cultural entre México y Cuba ha sido notoria y, con excepción del expresidente Vicente Fox, los mandatarios mexicanos han mantenido buenas relaciones con Cuba. Hoy, aunque una parte de la sociedad mexicana reconoce que Cuba padece rezagos muy importantes en materia democrática y de derechos humanos, la empatía y los vínculos culturales se mantienen. Para López Obrador mostrar solidaridad con el régimen cubano, fuese mediante el intercambio de médicos o el envío de petróleo, era más que un gesto diplomático: constituía una acción que le permitía fortalecer (aún más) su legitimidad entre los círculos de izquierda.
Soy defensora de la apertura y la presencia de México en el mundo. Se trata de una agenda deseable y que conviene preservar. Cuando México apostó por la apertura a fines de los años ochenta no se trató únicamente de un viraje económico; supuso, también, la exposición de nuestra vida cotidiana a las dinámicas globales —desde nuestros hábitos de consumo hasta el hecho de que, afortunadamente, México está expuesto al escrutinio de la prensa internacional—. Además, asuntos tan relevantes como la gestión de la migración, la protección y la garantía de los derechos humanos, así como el combate al cambio climático dejaron de ser cuestiones de jurisdicción interna nada más.
La decisión de México de replegarse del mundo durante este sexenio se justificó en la reivindicación de la idea de soberanía y del principio de la no intervención como ejes de la acción política del gobierno. Pero la visión nacionalista y parroquial de la 4T es estrecha y está atrapada en la nostalgia por el pasado.
Durante buena parte del siglo XX, la política exterior del país fue defensiva, legalista y hasta aislacionista. Esto tenía sentido y encontraba fundamento en la dolorosa experiencia del país tras sufrir repetidas intervenciones de potencias extranjeras. Sin embargo, México y el mundo han cambiado radicalmente. La soberanía dejó de estar en riesgo, los principios de política exterior exigen una interpretación mucho más flexible, y México debe interactuar cotidianamente con otros países para atender de manera más eficaz asuntos de su agenda interna.
La gestión migratoria es quizás uno de los mejores ejemplos de lo anterior. Es, también, un testimonio de una de las mayores inconsistencias de política pública de la administración, sobre todo si se pretende calificar como “humanista”. Al inicio de su mandato, López Obrador prometió una política de puertas abiertas hacia la migración y se comprometió a distanciarse de la criminalización y persecución de los migrantes. No obstante, en la práctica, dejó la gestión migratoria en manos de una institución de seguridad pública militarizada, la Guardia Nacional, y con ello equiparó el ingreso irregular con un crimen.
Según datos del Censo Nacional de Seguridad Pública Federal del INEGI, entre 2021 y 2022 se registró un aumento de más del 400% en el número de detenciones de migrantes por parte de la Guardia Nacional. Curiosamente, este dato se omitió de la edición 2023 del mismo censo. Más lamentable aún fue la muerte de 40 migrantes en un incendio en una estación migratoria de Ciudad Juárez, por la cual el Instituto Nacional de Migración no asumió responsabilidad. Utilizar a la migración como una moneda de cambio con Estados Unidos es potencialmente explosivo y contradice de manera flagrante el respeto de los derechos humanos —plasmado, por cierto, como uno de los principios de política exterior del país.
El desprestigio de México en el mundo lo atribuyo no sólo a que la brújula del país en el exterior fue la ideología, sino también al número de nombramientos políticos como titulares de embajadas y consulados —algo que conocí y padecí como miembro del servicio exterior de este país. Estos nombramientos son una práctica cotidiana en todos los gobiernos, pero las designaciones de López Obrador no sólo fueron numerosísimas, sino de individuos altamente desacreditados, como ocurrió con Panamá que rechazó al enviado del presidente. No recuerdo, en la historia reciente, otro caso en el que se haya negado el beneplácito a un embajador de México.
La cereza de esta crónica sobre una diplomacia fallida es, desde mi perspectiva, la relación con Estados Unidos a la que el presidente le impuso deliberadamente su sello nacionalista. En su afán por reafirmar, una y otra vez, la soberanía nacional, López Obrador mantuvo una relación tirante y áspera con Estados Unidos. Estiró la liga lo más posible: desde las controversias por la política energética del país y la indiferencia por atender el tráfico de fentanilo, hasta la famosa “pausa” con el Embajador estadounidense Ken Salazar luego de expresar la preocupación legítima de nuestro principal socio comercial por las repercusiones de la controvertida reforma judicial. Aunque efectiva internamente —pues a los mexicanos nos gusta envolvernos en la bandera de la patria, especialmente si se trata de Estados Unidos—, la postura de López Obrador erosionó la cooperación bilateral.
La densidad e intensidad de los lazos e interacciones que unen a México y Estados Unidos es innegable, así como lo son la proximidad geográfica y la notable asimetría de poder entre ambos países, dos elementos clave que no debemos perder de vista al evaluar la relación bilateral. Indudablemente, la cooperación es preferible al conflicto, pues ofrece más estabilidad y previsibilidad en la dinámica bilateral, mientras que el conflicto tiene costos. Porque nos guste o no, México es vulnerable ante cualquier acción sustantiva estadounidense —sea deliberada o incidental. Un ejemplo concreto es la crisis de violencia que hoy se vive en Sinaloa, desatada tras la captura de uno de los narcotraficantes más buscados del país en una operación liderada por Estados Unidos y en la que México no tuvo participación directa.
“En su afán por reafirmar, una y otra vez, la soberanía nacional, López Obrador mantuvo una relación tirante y áspera con Estados Unidos.”
Ahora termina el sexenio. En uno de los debates presidenciales en los que se tocó tangencialmente la agenda internacional, Claudia Sheinbaum calificó la política exterior de la 4T como un “timbre de orgullo nacional”. Además de no compartir esta apreciación, en el lugar de Sheinbaum, me alejaría de los calificativos grandilocuentes y del tono nostálgico y vehemente de López Obrador. Primero para reparar la relación con Estados Unidos y con los países latinoamericanos, y luego para repensar el lugar del México “del nuevo régimen” en el mundo del siglo XXI.
Tristemente, parece que la presidenta electa decidió empezar con el pie izquierdo al no invitar al Rey Felipe VI, en su calidad de Jefe de Estado, a su toma de posesión. Compró gratuitamente el pleito ideológico de su antecesor con los “conquistadores” españoles. Por cierto, el Rey había asistido a todas las transmisiones de poder en México de este siglo, incluida la de López Obrador. El hecho de que ningún Jefe de Estado europeo, de Estados Unidos o Canadá, y apenas un puñado de países latinoamericanos asista a la toma de protesta de Sheinbaum es una señal inequívoca del desprestigio de México en el mundo.
Por décadas, México tuvo una diplomacia decorosa. Y es que, a pesar de ser un país de tamaño mediano, tiene una posición geográfica privilegiada y el potencial de desempeñar un papel relevante en la geopolítica internacional, al menos en América Latina, y en menor medida en Norteamérica en medio de la pugna comercial entre Estados Unidos y China. Para lograrlo, requiere una política exterior pragmática, con intereses y estrategias claras, y, sobre todo, con una buena dosis de realidad. Ingredientes ausentes durante este sexenio que termina con pena y sin gloria en el escenario internacional.
Gran texto y análisis. Me entristece que en medios tradicionales jamás vamos a escuchar algo así.
Gran Artículo. Excelente la explicación y razonamiento de los hechos que están pasando..