Se pronunciará así, en clave de dupla: Córdova y Murayama. Emblema de la resistencia institucional; referentes de la época de mayor peligro para la incipiente democracia mexicana frente al asalto del nacional populismo obradorista.
Escribo durante sus últimos días en el Instituto Nacional Electoral, a punto de ser reemplazados por consejeros de dudosa imparcialidad por sus vínculos con el oficialismo. Días también en que la Suprema Corte admitió las impugnaciones que ellos mismos presentaron a la infame contrarreforma electoral del régimen.
Se han vertido muchas críticas a la gestión de Córdova y Murayama. Desde su pertenencia a la élite académica de la UNAM, hasta sus elevados sueldos, pasando por la caricaturización propagandística que de ellos hace el propio régimen para desacreditarlos, con viejas confiables como el racismo, el clasismo y el machismo. Yo me concentro en la crítica lanzada por simpatizantes del INE, que juegan en su misma cancha.
Córdova y Murayama fueron impetuosos y enérgicos en su defensa del INE.
Esta crítica sostiene que pecaron de un estilo demasiado vehemente, anclado en un protagonismo mediático que se salía de lo estrictamente institucional y abonaba no sólo al clima de polarización, sino que le prestaba municiones a un régimen que los acusaba precisamente de no ser árbitros imparciales sino testaferros de la oposición.
No cabe duda de que Córdova y Murayama fueron impetuosos y enérgicos en su defensa del INE, jugando a menudo en el terreno mediático, desde donde informaban a la ciudadanía sobre los frecuentes ataques que sufría el Instituto. Los tuits de Murayama y los videoclips de Córdova eran respuestas frontales y directas a las embestidas antidemocráticas del oficialismo. También lo fue su libro en coautoría, La democracia no se toca, una cabal defensa del INE en lenguaje de divulgación.
Dicen los detractores de Córdova y Murayama que ese estilo de comunicación abonó al clima de polarización. Es un argumento falaz, porque resistir y defenderse no es polarizar. El único polarizador es el radical que está intentando destruir al INE desde el poder. Aducir que ambos son polarizadores le hace el favor al agresor igualándolo moralmente al agredido.
Los detractores cuestionan que Córdova y Murayama no se limitaran al sobrio boletín de prensa confinado a los fríos canales burocráticos. Pero ahí es precisamente donde, a mi parecer, residió el mayor acierto de la dupla. Ignoro si inicialmente se lanzaron al ruedo mediático de forma deliberada o si fueron arrastrados a él. Puede ser un poco de ambas, porque en una coyuntura semejante –donde no sólo está en riesgo la sobrevivencia de la democracia, sino que el agresor te injuria y difama todas las semanas desde la máxima tarima del Estado– es inevitable ser nota periodística.
A juzgar por una entrevista que le hice a Murayama en el verano del 2020, la presión sobre el INE ya era tal que acaso comenzaba a ser necesario emplazar a la ciudadanía y buscar apoyo multitudinario, particularmente en un país en el que no hay mucho apalancamiento entre instituciones, y donde hay tan pocos contrapesos. En el vis-a-vis contra el agresor, era crucial apelar a los ciudadanos. Si la comunicación tenía un tufo de convocatoria, qué mejor: recordemos que el INE no sólo es en esencia ciudadano, también es la institución civil con más confianza en el país y está indisolublemente asociada a la transición democrática y la conquista del voto libre. Si la estrategia política fue deliberada, fue uno de sus grandes logros. El éxito de las marchas rosas así lo constatan.
La alternativa que presenta la moderación era la de dos servidores públicos encerrados y ensimismados. La ventaja de una comunicación sobria y discreta, se alega, es que no se abrían flancos ni se prestaban municiones al agresor. Es la misma tibieza que se le exige al rector de la UNAM para resolver el caso de la ministra plagiaria Yasmín Esquivel sin desatar la furia del tirano. Es preciso entender que el plan de López Obrador era intentar destruir el INE por cualquier medio, incluso desde que era opositor. La moderación no habría impedido de ningún modo el ataque y sí habría desperdiciado el poder de convocatoria.
Se dice que en el estilo está el legado. Y ahí es donde creo que quedarán Córdova y Murayama para la posteridad. Supieron entender el espíritu de los tiempos. Mientras el obradorismo ensalzó al funcionario abyecto y servil –a las Rosario Piedra y los Arturo Zaldívar–, ellos levantaron el cuello. En un país con una larga tradición autoritaria de obediencia, cobardía y sumisión al poder, Murayama y Córdova optaron por el arrojo y la valentía. Frente a los ataques venideros, la democracia mexicana los extrañará.
*Este artículo se publicó el 1 de abril del 2023 en Literal Magazine: Liga