Percibo temor en los tenoches, pigmentólogos, académicos del pantone y demás fauna de bronce asociada a la demagogia obradorista. Durante años se dedicaron a azuzar los más rancios clichés del nacionalismo priista, con un populismo fincado en la identidad de apariencia y apellido como signos del pueblo auténtico y puro. Por eso he estado insistiendo que el fascismo no llegaría a México de la mano de los arios –un espantapájaros imposible– sino de la tiranía mayoritaria con un chantaje cobijado en la visión de los vencidos. Para el obradorismo no es pueblo la inmensa diversidad que derivó de inmigraciones seculares, a quienes con racismo y xenofobia tilda de whitexicans, extranjeros y apátridas.
Aunque la inmensa mayoría de los mexicanos son mestizos y tienen sangre europea, también la inmensa mayoría encaja en el estereotipo que le permitió al régimen construir el mito de una mayoría oprimida defendiéndose de una élite opresora. A ello se le sumó la nueva élite identitaria mexicana educada en el neorracismo woke. De ahí que la gran mayoría de científicos sociales mexicanos se desbocara por López Obrador. Todos estos años han sido nutridos de pura retórica identitaria con barniz académico para darle admisibilidad a un discurso venenoso, utilizado políticamente para dividir.
Pero no contaban con la aparición de Xóchitl Gálvez, precandidata de la oposición, de origen otomí y cuna precaria. Su mera irrupción –independientemente de si gana o no– destruyó de un tajo todo el relato maniqueo del obradorismo en el que la oposición política está compuesta de hombres blancos privilegiados mientras en el régimen desfilan los descendientes legítimos de los pueblos mágicos. Si uno se asoma a los canales de propaganda y a las redes sociales, puede advertir que el régimen y sus acólitos están verdaderamente desencajados. ¡Cómo es posible que una mujer de ascendencia indígena que salió de la miseria esté aliada con el PAN para arrebatarle el triunfo al pueblo verdadero!
El fascismo no llegaría a México de la mano de los arios sino de la tiranía mayoritaria con un chantaje cobijado en la visión de los vencidos.
Faltos de imaginación y temerosos de perder el monopolio de la virtud, han tenido que recurrir principalmente a dos ataques para deslegitimar a Xóchitl. El primero y más previsible es que Gálvez puede ser indígena y lo que quieran, pero está siendo utilizada por la derecha oligárquica y neocolonial como mero vehículo. Los cartones de los propagandistas de La Jornada –beneficiarios de millones de pesos del gobierno–, representan a Xóchitl siendo inflada como un globo por oligarcas, o paseada de la mano de Claudio X. González. Sobra decir que si un caricaturista de oposición hubiera insinuado que el obradorismo usa demagógicamente a mujeres indígenas –lo cual desde luego hace–, lo hubieran tildado de racista, clasista y misógino. El mensaje es claro: el obradorismo es el único portavoz legítimo de las identidades desposeídas.
El segundo es el más perverso y ha venido principalmente de la academia identitaria. Consiste en cuestionar qué tan indígena Xóchitl realmente es. La profesora obradorista del Colegio de México, Alejandra Trejo, preguntó: “Duda, ¿de dónde salió lo del ‘origen’ indígena de Xóchitl Gálvez? El mestizaje hace que buena parte de los mexicanos de alguna manera tengamos origen indígena. Ser de extracción humilde es otra cosa. En Tepatepec, Hidalgo, de donde es originaria, solo 1% habla una lengua indígena”.
En años anteriores, el Colegio de México puso en circulación estudios que miden el color de piel de los mexicanos con “paletas de pigmentación” para calcular el grado de opresión al que están expuestos. De ahí que algunas respuestas irónicas a la profesora inquirieran si a Xóchitl le aplicarían un indigenómetro para computar qué tan pura es. Estos académicos que han construido un universo paranoico en el que es virtualmente imposible que una mujer indígena salga adelante la tienen especialmente difícil con Xóchitl y su historia de esfuerzo personal y vencimiento de la adversidad. En lugar de estudiar cómo fue que salió de la pobreza, prefieren cuestionar su pureza indígena o decir que es sólo una excepción estadística atribuible a la irrepetible suerte, haciendo imprescindible al ogro filantrópico obradorista y sus dádivas del bienestar.
El morenismo empieza a atorarse en sus propios laberintos identitarios. En la misma semana que irrumpió Xóchitl, tomó fuerza dentro del régimen un birther movement contra Claudia Sheinbaum instigado presuntamente por el antisemita Alfredo Jalife, asociado a Adán Augusto López, para meter la duda de si Sheinbaum realmente nació en México, pues es “judía y blanca”, no una mexicana de verdad. No fue cualquier cosa, porque se vio obligada a publicar en Twitter su acta de nacimiento, respondiéndole a facciones de su propio partido para escapar del boomerang facho que tanto han explotado ella y los suyos.
El régimen evidencia nerviosismo y le brinda a Xóchitl la publicidad de los perseguidos. Xóchitl y sus seguidores se ven ahora tentados a usufructuar la carta identitaria para convertir a la campaña en una guerra de huipiles. No sería buena noticia que ella camine por esa senda, profundizando y legitimando la división entre mexicanos auténticos y apócrifos. Que sea indígena, haya superado con esfuerzo la pobreza y el abuso, ande en bici y sea mujer, son acaso rasgos biográficos de un admirable carácter –que además se podrían traducir en políticas públicas y transmitir como ejemplo moral a un país desesperanzado–, pero al final son peticiones de principio usadas en estos aciagos tiempos para ilusionar incautos, tal cual hizo el obradorismo, y no garantizan per se un buen gobierno ni un futuro promisorio. Queda en ella superar la época y ofrecernos la sustancia verdadera sobre la que descansaría su eventual victoria: ¿Qué hará con los ríos de sangre? ¿Cómo enfrentará la corrupción? ¿Cómo encauzará a México hacia la prosperidad anhelada? Eso es lo que queremos escuchar.
*Se publicó el 2 de julio del 2023 en Literal Magazine: Liga