Derrotas de oro
El problema del financiamiento público a los partidos políticos es que vuelve a la derrota un gran negocio. Escribe Raudel Ávila en su columna dominical.
Desde hace más de una década he tratado de investigar por qué los partidos históricos de México no se han reformado. Durante años dijeron que no lo hacían debido a que seguían ganando elecciones, pero desde la llegada al poder de López Obrador, simplemente pierden y pierden feo.
Creo que, en parte, la respuesta es que no se reforman porque siguen recibiendo financiamiento público a pesar de sus derrotas. No hay incentivos para cambiar si a uno le siguen pagando millones pese a fracasar en su trabajo. Las razones originales detrás del financiamiento público tenían que ver con la necesidad de evitar que los partidos –definidos por el marco jurídico mexicano como entidades de interés público– estuvieran controlados por oligarquías financieras que los patrocinaran. O, en el peor de los casos, por dinero del narcotráfico. Lamentablemente, no se consiguió ninguno de los dos objetivos. Con todo y financiamiento público, los partidos y candidatos recibieron financiamiento por debajo del agua de parte de empresarios y, desde luego, del crimen organizado. El Estado mexicano no tuvo la capacidad de fiscalizar o siquiera detectar las innumerables fuentes de financiamiento ilícito de las campañas, mucho menos de sancionarlas. ¿Sirve de algo entonces continuar con este esquema?
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