Dos dudas finales
En la última columna del sexenio me hago dos preguntas sobre su dimensión histórica.
Este sexenio se encuentra ya entre lo más feo de nuestra historia. Me refiero a la historia objetiva –la de los hechos– porque sé que la oficial depende mucho de quién la cuente y no descarto que sean los fisgones y lingüistas del bienestar quienes lo hagan. Tampoco descarto que para la mayoría del “Pueblo” haya sido un honor estar con Obrador, etcétera. Más allá de la monografía pienso en el millón de muertos –qué cifra tan espeluznante–, en la destrucción de la división de poderes, en la captura del árbitro electoral.
Muchos se preguntan si eventualmente habrá lo que los anglos llaman reckoning, algún tipo de juicio histórico, rendición de cuentas, conciencia colectiva o al menos expiación en las esferas sensatas de la sociedad. Siempre contesto que depende, entre otras cosas, de cómo acabe todo esto. Si resulta ser algo capoteable –tipo la docena trágica de Echeverría y López Portillo– no sólo no habrá ningún tipo de contrición significativa, sino que se intentará de nuevo. En cambio, si todo termina en ruinas, o México desciende por la ruta bolivariana, o hay un estallido social, algo por el estilo, quizá –sólo quizá– venga una resaca.
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