El ocaso de las universidades mexicanas, Parte II
En esta ocasión, las universidades estatales autónomas, esos crisoles del crimen.
La semana pasada me concentré en el declive de las universidades mexicanas de élite, columna que usted puede leer aquí. Puse el énfasis en las de élite porque el régimen de los peores que ha envuelto a México no es sólo una revancha popular; es también un descalabro de quienes se supone eran los guardianes de los más altos valores: la verdad, la libertad y la razón. No se entiende de otra manera que una plagiaria egresada de la autoproclamada “máxima casa de estudios” sea ministra de la corte suprema, con minúsculas.1
Esta columna no suele ser seriada, pero varios lectores atinadamente trajeron a colación otra cara de la decadencia universitaria en México, una que apunta a algo mucho más serio que un mero retroceso en la calidad educativa o el valor curricular; un aspecto varios grados más oscuro no sólo del ámbito universitario sino de la sociedad entera.
No es necesario desmenuzar la reciente trama de la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS) para espeluznarse. El hecho básico es que un exrector de esa universidad amaneció ejecutado por un conflicto con otro exrector de la misma universidad que ahora es gobernador del estado y en el altercado estaba involucrado uno de los principales narcotraficantes. Con eso basta —espero— para calibrar la cloaca.
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