El opositor y la comisaria
A un mes del cambio de fachada del régimen, es claro que López Obrador y Sheinbaum encarnan arquetipos de poder distintos.
Comenté muchas veces el sexenio pasado que el truco más grande del Licenciado consistía en hacerse pasar como opositor aunque tuviera en sus manos todo el poder. No es una idea mía sino del intelectual conservador Yuval Levin, que acuñó el arquetipo del falso rebelde para explicar cómo muchos populistas alrededor del mundo se disfrazan de perseguidos cuando en el fondo son los poderosos; yo sólo confirmé que el Licenciado recurría a esa estrategia a cabalidad.
Así fue siempre: vivió dentro del sistema como engendro del viejo régimen autoritario, pero logró confeccionar el relato de que era una víctima, un outsider, incluso cuando ya había ganado la presidencia y concentrado todo el poder en su persona. Si se analiza bien la ecuación dramática, seguía instalado desde la tarima mañanera en la epopeya de David contra Goliat. Como a otros populistas, eso le permitió no sólo robarse los corazones –que siempre se conmiseran con el débil frente al villano– sino justificar sus propios abusos escudado en la farsa de que seguía luchando contra un régimen oculto que acechaba desde las sombras.
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