El tiro que viene
¿Van el Licenciado y su corcholata en una ruta de colisión inevitable?
Es bastante claro por qué López Obrador escogió a Sheinbaum como su sucesora después de haber fracasado en su intento de reelección. Necesita a la persona más fiel, sumisa y mangoneable posible para quedarse en el poder por interpósita persona. En la analogía con Putin, necesita un Medvedev; o, si se prefiere la historia de México, un Pascual Ortiz Rubio, “El Nopalito”, a quien el Jefe Calles titiriteaba. La opción razonable para el Licenciado siempre fue Sheinbaum: creció en su sombra, él es dueño de su capital político y ella le debe todo. Incluso es posible imaginar que le entregó el “bastón de mando” con la condición explícita de que el mando siempre lo retuviera él.
Hasta ahora, todos los factores reales de poder le pertenecen a él: el partido-movimiento, las bancadas, los gobernadores y la popularidad. En estricto sentido, ella no tiene base ni capital político propios, salvo un puñado de activistas de la izquierda buenaondita y de asesores universitarios. Por eso, cada que puede, el Licenciado se encarga de refrescarle la memoria. Desde que la designó la ha pisoteado: primero le impuso a sus próximas bancadas en el Congreso; luego decidió todas las candidaturas a gobernador –incluso bloqueando a su sucesor predilecto en la ciudad que ella gobernó–; le ha marcado la ruta legislativa mediante el famoso Plan C; y, por si fuera poco, le quitó a un futuro Ministro de la Corte. Claudia había estado aguantando tranquila y pacientemente, como respetando el pacto del bastón sin mando.
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