Es dictadura
El régimen obradorista ya es formalmente una dictadura. La presidenta desacata abiertamente órdenes judiciales y amenaza a los jueces por exigirle respetar la Constitución. Escribe Óscar Constantino.
“Ni un juez, ni una jueza, ni ocho ministros pueden parar la voluntad del pueblo de México. La reforma va”, declaró Sheinbaum, desafiando la orden de una jueza de Distrito que le exigía retirar la reforma judicial del Diario Oficial de la Federación. Aseguró que “una juez no está por encima del pueblo de México”.
No sólo desobedece una decisión judicial, sino que además quiere castigar a la jueza por cumplir con su deber. Este acto revela un desprecio absoluto por el Estado de derecho y consolida la tendencia autoritaria del régimen.
Lo que distingue a una democracia de una tiranía es que el poder del Ejecutivo tiene límites y que siempre se somete a la ley. En la historia, algunos presidentes han intentado esquivar estos principios, invocando excusas como el “privilegio ejecutivo” o el “principio de deferencia”, pero el mero intento de evadir la ley es, en sí mismo, tiránico.
Nixon, por ejemplo, argumentó que sus acciones eran legales sólo por venir del jefe del Ejecutivo, un argumento que fue rechazado rotundamente por la Corte Suprema de los Estados Unidos. El caso de Sheinbaum, sin embargo, es aún más grave, pues desafía abiertamente el orden constitucional con un despotismo que pocas veces se ha visto en la historia democrática.
Es cierto que el obradorismo siempre se ha caracterizado por desafiar las órdenes judiciales. Recordemos el desafuero de López Obrador por ignorar una suspensión cuando era jefe de Gobierno del DF. Sin embargo, durante su presidencia, sus violaciones a la ley se limitaban al berrinche, a insultar a los jueces y a maniobrar en las sombras, con personajes como el ministro Zaldívar actuando como peones del Ejecutivo.
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