Harfuch y la guerra interminable
Es un autoengaño decirnos que estamos peleando una guerra que le corresponde a Estados Unidos. El enemigo es nuestro.
Hace poco vi la noticia de una masacre y por un momento no supe con exactitud si acababa de ver la misma masacre en la mañana, en la tarde, o el día anterior, o el anterior a este, o si era una masacre totalmente nueva, o si todas eran la misma masacre cíclica que no cesa. Acaso sentí en tiempo real lo que algunos llaman entumecimiento de la violencia, eso que aqueja a la audiencia general frente al carrusel cotidiano de imágenes de la barbarie.
En Estados Unidos existe el concepto de forever war, la guerra interminable, que aunque se ha usado en diferentes conflagraciones, incluidas la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, encontró su uso más preciso en la guerra contra el terrorismo después de los ataques a las torres gemelas, porque ha pasado un cuarto de siglo, se han desplegado soldados en el terreno —para usar la expresión bélica— en Iraq y Afganistán, pero el terrorismo no ha sido derrotado. Igualmente acá, llevamos casi un cuarto de siglo y el enemigo parece más complejo que nunca.
La cosa con estas guerras —las dichas forever wars— es que se tienen que librar. A pesar de la prolongación, la fatiga, las bajas, el dolor y el entumecimiento en la audiencia, no se pueden ignorar ni postergar. La estrategia puede debatirse, pero no la disposición ni la voluntad, porque tirar la toalla es lo más costoso. Si algo demuestra el primer piso de la autoproclamada transformación es eso: que a pesar de los abrazos a criminales, hubo 200 mil homicidios violentos, es decir, 80 mil más que Calderón y 50 mil más que Peña. La complacencia no es sólo inmoral: es a todas luces más mortífera.
Así como más inestables son las alianzas del gobierno con criminales, pues de la noche a la mañana un estado aparentemente tranquilo por el contubernio, como Sinaloa o Chiapas, puede descender a una cruenta guerra civil. Por eso están equivocados quienes alegan que el problema original fue haber “pateado el avispero”. No: el problema fue haber dejado al enemigo imbuirse durante tanto tiempo —esas décadas de aparente pax priista— en todos los ámbitos de la sociedad, barriendo el polvo bajo la alfombra.
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