Himnos en el viento
La diplomacia mexicana no parece estar preparada para afrontar la inminente crisis migratoria y sigue enfocada en prioridades equivocadas. Escribe Alexia Bautista en su última entrega del año.
El 18 de diciembre, día internacional del migrante, se reprodujo en la mañanera de la presidenta Claudia Sheinbaum el llamado himno migrante, un “regalo” para la comunidad de mexicanos en Estados Unidos, según la administración. Al puro estilo obradorista, la melodía apela al nacionalismo mexicano con versos como “el verde, blanco y rojo lo llevo en las venas” y “como el águila volamos sin fronteras”. La rima y los símbolos patrios reverberan entre mexicanos de aquí y de allá, pero sirven de poco o nada para asistir y proteger a los millones de mexicanos que residen en Estados Unidos, incluidos quienes lo hacen de manera irregular.
Para nadie es un secreto que el tema migratorio es una de las prioridades en la agenda de Donald Trump. Lo que ocurra a partir del 20 de enero —cuando regresa a la Casa Blanca— será inquietante para la diáspora mexicana en Estados Unidos. La amenaza de llevar a cabo deportaciones masivas podría materializarse en los primeros meses —si no es que días— del nuevo mandato de Trump y México será uno de los países más afectados. Nuestro país no está en estado de indefensión, pero sí mal preparado para enfrentar este desafío.
Lo está, en primer lugar, porque, como tantas políticas públicas, la migratoria fue desordenada y errática durante el primer gobierno obradorista, y la presidenta Sheinbaum no ha prometido otra cosa que continuidad. El Instituto Nacional de Migración (INM) estuvo en manos de Francisco Garduño, personaje que deja como legado nueve incendios y más de cuarenta fallecidos en distintas estaciones migratorias del país. Además, muchas de las atribuciones del Instituto pasaron lo mismo a la Secretaría de Relaciones Exteriores que a la Guardia Nacional. Esto último ha contribuido de manera decisiva a la militarización de la gestión migratoria, a la implementación de acciones punitivas para contener la migración en las fronteras norte y sur de México, y a equiparar el ingreso irregular con un crimen.
En caso de que las promesas trumpistas se cumplan, se requerirán mucho más que himnos para atender a los millones de migrantes deportados a nuestro país. Entre otras cosas, las necesidades de migrantes deportados incluyen ayuda para recuperar documentos oficiales de identidad, atención médica y apoyo psicológico para tratar el estrés y ansiedad derivados de la deportación, acceso a refugios temporales o viviendas seguras, programas educativos que incluyan la revalidación de estudios, así como oportunidades de reinserción laboral, por mencionar sólo algunos. Ni el INM ni ninguna secretaría de Estado cuenta con la capacidad técnica, humana ni financiera para atender todas estas necesidades. Segundo motivo para el pesimismo.
Luego están la Secretaría de Relaciones Exteriores y su amplia red de consulados en Estados Unidos —la más grande de un país en otro—, y el Instituto de los Mexicanos en el Exterior o IME, que presidirá Tatiana Clouthier a partir de enero de 2025 y no desde el inicio de la gestión de Sheinbaum. El IME tiene como mandato promover el trato digno a los mexicanos en el exterior. En la práctica esto implica designar a un encargado de asuntos comunitarios en cada consulado que, en colaboración con aliados locales, implementa iniciativas para la población mexicana en el exterior, por ejemplo, una ventanilla de salud —a mi juicio, uno de los proyectos más útiles—. Sin embargo, la verdad es que el IME funciona al vaivén de quien lo encabeza, y, en el caso del morenismo, ha servido de vez en vez como agencia para actividades proselitistas en el exterior.
Sobre la red consular en Estados Unidos, México debería tener una ventaja comparativa por su tamaño —50 consulados, más la sección consular en Washington DC— y por el capital humano que trabaja en ellos —más de la mitad del Servicio Exterior Mexicano—. Pero tampoco aquí el panorama es favorable. Tercera razón para el desánimo. Trabajé en un consulado de México en Texas durante la primera mitad del gobierno de López Obrador y puedo decir con toda certeza y de primera mano que muchos consulados de México adolecen de una burocracia mediana que no está al servicio de la comunidad mexicana en el exterior. Un ejemplo cartesiano de esto es intentar obtener una cita para realizar un trámite en un consulado. Algo que debería ser relativamente sencillo puede convertirse en una auténtica pesadilla, especialmente cuando un empleado decide no contestar el teléfono o restringir el número de citas disponibles. Para quienes recorren distancias largas para acudir a un consulado o quienes carecen de un documento de identidad, la situación es aún más complicada.
Los intentos de innovación en este sentido han sido constantes y numerosos. La presidenta Sheinbaum prometió facilitar los trámites consulares mediante la digitalización. La Agencia Digital que hoy preside Pepe Merino parece destinada a resolver todos nuestros problemas, desde el déficit de recaudación fiscal de la administración hasta obtener una cita en una oficina consular. Sin embargo, el detalle está en entender las necesidades propias de cada comunidad y, en el caso de los paisanos en Estados Unidos, muchos preferirán llamar al consulado o acudir en persona antes que acceder a un sistema en línea, que por cierto ya existe y se satura con frecuencia.
Naturalmente, hay oficinas consulares que funcionan bien, así como cónsules generales que conocen y entienden Estados Unidos, sobre todo aquellos que han pasado buena parte de su carrera en ese país. Son los menos, pero los hay. Esto importa porque un representante de México en Estados Unidos debería contar con una serie de calificaciones como hablar inglés con fluidez y entender el adagio popular de que en Estados Unidos "toda la política es local" (all politics is local). Esto significa que cada ciudad, cada condado y cada estado tiene prioridades e intereses propios, así como formas de tratar los problemas específicas.
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