Inocente ambigüedad
El comunicado de las comunidades judía y libanesa en México llamando a la paz en Medio Oriente fue una oportunidad perdida para convocar a la alianza que verdaderamente importa.
Una semana después del primer aniversario del ataque terrorista de Hamas a Israel del 7 de octubre de 2023, las comunidades judía y libanesa de México publicaron un “pronunciamiento” conjunto “a favor de la paz en Medio Oriente”. Así, escuetamente. “Alzamos la voz ante la delicada situación en el Medio Oriente, conscientes de que la paz es urgente y necesaria”, decía el comunicado.
No sé por qué ambas comunidades no se pronuncian antes sobre el narcoterrorismo en México o el ascenso de un régimen autoritario y criminal. Supongo que en esos renglones no hallan las suficientes coincidencias. De cualquier forma, me pareció que el comunicado involuntariamente revela algunas verdades del propio conflicto que nadie dirá y que la mayoría ni siquiera notará; y, sobre todo, me pareció una oportunidad desperdiciada para llamar a las cosas por su nombre.
Vale recordar que ambas comunidades siempre se han llevado muy bien en México, por varias razones. Primero, porque comparten muchísimas costumbres: culinarias, lingüísticas, mitológicas, artísticas. En alguna época, de hecho, vivieron muy cerca una de la otra en el Centro Histórico, como pandillas de Nueva York. Mi padre me cuenta que de niño salían a jugar canicas en escuadras unos contra otros. No era extraño que las señoras intercambiaran recetas y los señores hicieran, desde luego, negocios. Esa es la segunda razón: ambas comunidades son muy buenas comerciantes y saben echar mano de hábitos exóticos en México como el ahorro, la disciplina, la inventiva y el regateo. Pero, más allá de los vínculos comerciales, se llevan bien –y esto es lo que nadie dirá– porque no se interpone entre ellos el Islam.
La comunidad judía está hecha –disculpe la redundancia– de judíos: religiosos y seculares. Y la libanesa –que no es una religión– está hecha sobre todo de cristianos maronitas, ortodoxos y hasta judíos. No hay casi musulmanes. Entre ellos no se interpone la principal razón por la cual no hay paz en el Medio Oriente: una religión violenta e imperial que tiene como edicto religioso matar o, en el mejor de los casos, subyugar y convertir a los infieles de ambas comunidades.
La prioridad en este momento para los radicales es exterminar al pueblo judío y desaparecer a Israel. Pero el edicto también pesa sobre los cristianos. De hecho, el comunicado conjunto lo dice un poco sin querer: “hace más de un siglo, dos migraciones, la libanesa y la judía, llegaron a México huyendo de la persecución y la inestabilidad en el Imperio Otomano…”. En efecto, la principal razón de la migración libanesa a México también fue la persecución del Islam. A los hombres los mataban o, si estaban en buena edad, los convertían y enlistaban en el ejército otomano; mientras que a las mujeres las violaban.
Lo que no pide el comunicado pero sí es urgente, es restablecer la alianza histórica entre Israel y los cristianos libaneses. Frente al enemigo común, representado hoy por Irán y su proxy en la región, Hezbollah, ambas comunidades comparten el mismo destino y el mismo riesgo de ser exterminadas. Hezbollah ha convertido al Líbano en una extensión de la teocracia iraní, imponiendo una agenda oscurantista que oprime y trafica a las mujeres, se financia con la esclavitud africana y el narcotráfico, y destruye la soberanía de un Líbano que alguna vez fue un faro de diversidad y tolerancia.
“Una oportunidad desperdiciada para llamar a las cosas por su nombre.”
Sin embargo, desde la guerra civil libanesa esta alianza se ha erosionado. La lenta retirada de Israel del Líbano y la confusión que siguió llevaron a figuras como el corrupto maronita Michel Aoun a considerar a Israel una amenaza para su soberanía, comprando el relato confeccionado por el propio Hezbollah. Pero la realidad es inequívoca: el grupo terrorista es el verdadero enemigo, un cáncer que ha convertido al Líbano y a buena parte de Siria (junto con el régimen de Assad) en un laboratorio del fundamentalismo iraní, sometiendo a todos a su yugo de oscuridad y sangre. Basta ir a Líbano, particularmente al sur de Beirut, para confirmarlo.
El comunicado de las comunidades judía y libanesa de México debió decir esto. Más allá de un llamado a la paz etéreo y ambiguo, el mensaje correcto era una afirmación de solidaridad y unión entre ambas comunidades contra el enemigo común. Los libaneses de México deberían alentar una reconciliación con Israel, reconociéndolo como una fuerza de liberación y un baluarte de Occidente en la región. Al mismo tiempo, los judíos deben ver a los cristianos libaneses como sus aliados naturales, con quienes comparten valores, anhelos de libertad y de resistencia frente a la barbarie.
Al omitir este pronunciamiento explícito, el comunicado se prestó, penosamente, al respaldo oportunista del canciller mexicano Juan Ramón de la Fuente. Claro que al Gobierno de México le resulta conveniente apoyar una petición genérica y escueta de paz, pues sigue el equilibrismo tibio y cobarde que caracteriza su política exterior, negándose a señalar al verdadero agresor y agente de terror. Al ser suscrito por De la Fuente, el comunicado terminó nutriendo la vaguedad y alimentando la postura mexicana de un falso equilibrio que dice anhelar una paz pero que en el fondo favorece al enemigo.
*Se publicó el 31 de octubre del 2024 en Literal Magazine: Liga