La cuesta de enero
Una combinación de derroche, ideología e incompetencia lleva al ridículo irremediable las aventuras estatistas del régimen obradorista. Regresa la columna de Raudel Ávila.
En México no solamente los individuos padecemos la cuesta de enero, también los gobiernos. E igual que los individuos, unos más que otros. El caso de Mexicana de Aviación, otro ejemplo del fracaso de las empresas estatistas del obradorismo, es ilustrativo. Hubo que esperar a enero, después del mito de 100 días gloriosos en los que ni siquiera se ha logrado recuperar el control territorial de Sinaloa, para avisarnos de la cancelación de las rutas de una aerolínea que nadie usa, pero todos pagamos. La aerolínea quedó reducida a una flota de un número que no por ridículo deja de ser dramático: dos aviones. La lista de fracasos estatistas da para un manual de por qué el gobierno mexicano es un pésimo administrador pese al delirio estatista de la izquierda: Gas Bienestar, la refinería que no refina, Pemex perdiendo millones de dólares cada mes, los ventiladores mexicanos contra el covid, el aeropuerto sin pasajeros, CFE con apagones permanentes, la megafarmacia, y ahora Mexicana de Aviación. Con todo, los fracasos administrativos y empresariales no desalientan a la izquierda. Si hay disminución del dinero invertido en Mexicana de Aviación no es porque se convencieron de su inoperancia, sino porque ya no les alcanza el presupuesto para sostener tanto disparate. Si pudieran, seguirían desperdiciando recursos en vuelos vacíos.
Ahora bien, está por verse si esto le impone al régimen una racionalización administrativa como la que se vio obligado a organizar el priísmo después de la quiebra de las finanzas públicas en 1982, o si se apuesta por el déficit permanente y el empobrecimiento crónico como Argentina con los neoperonistas. En otras palabras, o se observa una tecnocratización y una administración más eficiente de los recursos (así sea con objetivos ideológicos) o se incurre en default y se ignora a los acreedores internacionales hasta aislar y sumir en la miseria (siempre se puede estar peor) al país. Aún no lo sabemos, pero advierto que no hay muchos motivos para el optimismo. Incluso con el capricho absurdo de la reforma judicial, la presidencia del nuevo INE, completamente sometida al gobierno, tuvo que pedir limosna reconociendo que no les alcanza para organizar la elección de jueces. La respuesta del gobierno fue háganle como puedan. Y es que, el declive de las capacidades institucionales y el deterioro de la imagen pública de uno de los últimos organismos supuestamente autónomos todavía sobrevivientes favorece el liderazgo personalista y carismático al que aspira el régimen. Ahí donde no hay instituciones proveedoras de servicios públicos, la población recurre a caudillos, vivan en Palacio Nacional o en Tabasco.
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