La importancia de declarar la guerra
El llamado explícito a combatir a los criminales es crucial
Muchos periodistas, analistas, expertos en seguridad e incluso legisladores insistimos en que el crimen organizado en México comete actos de terrorismo. No se les dice así por una serie de razones que van desde la corrección política hasta inconvenientes legales e internacionales que meterían al Estado mexicano en serios predicamentos. Pero en estricto sentido es lo que son.
Si, como ha ocurrido ya desde hace casi 20 años, exhibir la cabeza cercenada de un alcalde para infundir pavor y subvertir a las autoridades, o incendiar un casino calcinando a 52 inocentes, o masacrar a 72 migrantes por rehusarse a pagar una extorsión, o explotar una granada de fragmentación en los festejos del Día del Independencia, o las decenas de masacres perpetradas contra la población inocente –en sepelios, bodas, cumpleaños, posadas, fiestas infantiles– no son terrorismo, entonces nada lo es.
Muchos también advertimos que Sheinbaum no sólo continuaría con la política de claudicación frente al crimen organizado, sino la aderezaría con un elemento adicional que el Licenciado –al final de cuentas un viejito echeverrista– había aplacado inequívocamente: el progresismo extremo. Así, no sorprende que después del espeluznante descabezamiento del munícipe de Chilpancingo, al nefasto mantra de los “abrazos, no balazos” que ya produjo el sexenio más violento de la historia, se le añada ahora la insistencia en no combatir de frente a estos bárbaros sino “identificar las causas” y “prevenir”.
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