Hace unos meses denuncié en un debate televisivo que la industria cultural y las escuelas académicas del resentimiento estaban importando la dialéctica racial estadounidense a México; sólo que, en lugar de dividirnos entre blancos y negros, lo hacen entre whitexicans y prietos. Los términos son deliberadamente ambiguos pero la ecuación es esencialmente la misma: una élite “blanca” mexicana, análoga a la anglosajona, explota racialmente a los prietos, análogos a los negros. Es un maniqueísmo irrisorio porque en el caso de México la enorme mayoría de la población (78%, según la encuesta PRODER 2019) es mestiza, lejos de ser una minoría perseguida y esclavizada como lo fueron los negros allá. Desde luego que existen casos en que una minoría racial ha explotado a una mayoría como en Bolivia o la Sudáfrica del Apartheid, pero en México ha sido al revés. Si una mayoría fue privilegiada en detrimento de otras minorías, particularmente a raíz el régimen revolucionario, fue precisamente la gran masa mestiza –– la raza de bronce. Como pregunté en ese debate, ¿quién tiene el poder militar?, ¿quién tiene el poder político?, ¿quién tiene a las policías, los ejidos, las centrales campesinas, los sindicatos, el crimen organizado? Incluso el poder económico: según la misma PRODER, 60% de los mexicanos en el quintil más alto de riqueza es mestizo. De modo que difícilmente se puede alegar que una casta blanca oprime racialmente a los prietos.
A partir de ese cuento han surgido expresiones muy parecidas al activismo antirracista y anticapitalista woke estadounidense al estilo de Black Lives Matter (BLM). Personajes como el actor Tenoch Huerta y colectivos como Poder Prieto promocionan una estructura dramática calcada en papel carbón. Por ejemplo, en la víspera navideña del 2021, Huerta tuiteó lo siguiente: “Llegó la bonita época del año en que los prietos seremos seguidos en todos los centros comerciales, nos pedirán los tickets de compra y revisarán las bolsas; preguntarán si tienen saldo nuestras tarjetas de débito y nos mirarán con desconfianza cada que entremos a lugares fifís”. Extraño porque, según la Encuesta Nacional de Discriminación 2017 del INEGI, los mexicanos apenas citan el color de la piel como la penúltima causa de discriminación. Pero Huerta retrata nuestros centros comerciales como si ser prieto en México fuera igual a ser negro en Baltimore. A partir de esa lógica, académicos y activistas asociados a ese movimiento están empezando a solicitar cuotas de representación y acción afirmativa –tal cual se hace en Estados Unidos– para forzar a empresas, medios, universidades y gremios a tener un mínimo de prietos en sus filas. Sólo que en México la solicitud es ridícula precisamente porque la mayoría ya es mestiza y todos somos producto de una gran mescolanza. ¿Le van a decir al Ejército, a los sindicatos y a la UNAM que deben tener más prietos?
Por ello las baterías están más bien enfocadas en los medios, que tienen más alcance y donde, según los activistas, dominan los blancos en papeles estelares. Trascienden aquellos escándalos donde se solicitaba tez blanca para castings de publicidad, lo que en todo caso demuestra la escasez de “blancos” en la sociedad mexicana. Pero aun si dominaran la industria mediática, probablemente la mayoría también sea étnicamente mestiza dada nuestra mezcla histórica. ¿Cómo, entonces, se pondrían en marcha las cuotas? ¿Por paleta de color a ojo de buen cubero? ¿Por un comité mengeliano de la raza y el Pantone? ¿Por proporción sanguínea? Advirtamos la locura a la que esta racialización espuria conduciría.
Sin embargo, la racialización espuria de la sociedad mexicana está en marcha. Después de aquel debate televisivo se me acercó uno de los más prominentes científicos mexicanos, cuyo nombre me reservo por su seguridad. Me dijo que la situación al respecto en la UNAM era crítica. Se había asentado la idea, extraída de la Teoría Crítica de la Raza estadounidense, de que existe una “academia blanca” en México empeñada en perpetuar la opresión racial de los prietos. Unos meses después, me mandó unas fotos tomadas en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales retratando estas consignas en grafiti: “UNAM: Fuera los whitexicans” y “Muerte a la academia blanka” (sic). Yo califiqué esto de una pulsión fascista.
La racialización espuria de la sociedad mexicana está en marcha.
Algunos activistas que se pusieron el saco me dijeron que no era un llamado concreto a la muerte ni a la violencia, y que tampoco era contra personas de tez blanca, sino a terminar con la hegemonía eurocéntrica occidental que tiene secuestrada a la UNAM. Suponiendo sin conceder que consignas como “fuera los whitexicans” no quieran decir lo que dicen, o no puedan ser malinterpretadas por fanáticos, ¿de veras se puede argumentar que una universidad tan plural como la UNAM, donde además pulula el marxismo, el posmodernismo y tantas otras ideologías que habitan en los confines de la ilustración europea, está dominada por una casta blanca eurocéntrica? ¿Las matemáticas y la física son blancas?
No nos hagamos tontos: “fuera los whitexicans” no alude a ninguna doctrina filosófica occidental. Es un edicto inequívoco para excluir a un perfil a priori. A mi juicio constituye fascismo porque se trata del ordenamiento de la sociedad con base en criterios de pureza racial asociados a la nación: La UNAM es del Pueblo. El Pueblo es prieto. Los whitexicans no son Pueblo. Por tanto, los blancos deben ser expulsados de la UNAM. Y así con cualquier institución que se deje.
No es fortuita la relación cercana de estos personajes y colectivos con el régimen obradorista. Unos días antes de que el científico mexicano me enviara aquellas fotos, la comunicadora Gabriela Warkentin –quien en su momento fungió como orgullosa presentadora de la hagiografía de López Obrador El sueño de Andrés al lado de Tatiana Clouthier– presentó Orgullo Prieto, el libro de Tenoch Huerta. Unos días después, el presidente invitó a Huerta a Palacio Nacional a ver el partido de México contra Argentina. La fórmula es perfecta para la epopeya obradorista: una élite extranjera blanca explota racialmente a un pueblo bueno de bronce. Pero no teman: el poder político, encarnación popular, está heroicamente organizado para enfrentar al enemigo y reivindicar al pueblo verdadero. A partir de ahí, toda posible violencia es justificable.
Así, la pulsión fascista en México no llega –como piensan los incautos– por medio de un extraño enemigo blanco que con sus plantas profana el suelo patrio. Llega por medio de las mayorías despóticas internas, de la nación pura para la cual el enemigo es cosmopolita, apátrida y errante, no mexicano, lo cual la hace más difícil de identificar, porque viene disfrazada de desagravio. Así siempre ha sido el fascismo, el color de piel de víctima y victimario es según lugar y época.
*Este ensayo se publicó el 29 de noviembre del 2022 en Literal Magazine: Link