La radicalización final
Este 2024 es un collage de varios finales de sexenio previos: 76, 82 y 94.
Sin ningunear su sello propio, el cierre de este infame sexenio se parece mucho a tres crepúsculos sexenales previos. Me recuerda un poco a 1976 por el avasallamiento mediático, cuando Echeverría dio el golpe al Excélsior de Scherer con un sabotaje instigado desde adentro. López Obrador no se ha cansado de amenazar a los dueños de los medios recordándoles que son concesionarios, ha hostigado a periodistas, divulgado su información privada e inundado a los medios y barras de opinión con sus personeros y propagandistas. Sucedió durante todo el sexenio, pero el músculo censor en estos últimos meses es notorio.
También me recuerda a 1982 cuando, a unos meses de dejar el poder, otro López nacionalizó –por sus chicharrones– la banca, un auténtico robo autoritario de capital nada lejano a los videos que hemos visto de Hugo Chávez ordenando con su dedo flamígero: ¡Ejprópiese! Siguiendo el manual populista, el régimen se quiere robar las Afores y el ahorro de los trabajadores para terminar de financiar un déficit creciente que en realidad sólo sirvió para construir elefantes blancos.
Y finalmente me recuerda a 1994 por la atmósfera de ingobernabilidad, por los crecientes brotes de animadversión social en varios estados –otra vez particularmente en el sur–; por los aires de inestabilidad política frente a una sucesión incierta; y por los demasiados demonios sueltos. Ese año, más que de autoritarismo, fue de caos político y social.
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