La soberanía entregada
Los gobernantes mexicanos han tergiversado el concepto de soberanía sin defenderla genuinamente, sobre todo de los enemigos internos. Escribe Óscar Constantino.
En casi cada crisis internacional, el gobierno mexicano acude a un viejo recurso discursivo: el respeto a la soberanía nacional. Lo hemos visto una y otra vez, y ahora con las tensiones comerciales y de seguridad con Estados Unidos, el gobierno insiste en que México no acepta presiones externas. ¿Pero de qué soberanía hablamos cuando el crimen organizado ha tomado regiones enteras del país y las decisiones del Estado parecen estar más orientadas a proteger intereses políticos que a garantizar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos?
¿Soberanía del pueblo o del gobierno?
La Constitución de 1917 lo deja claro: la soberanía reside esencial y originalmente en el pueblo, lo que en una república democrática significa que el control último del poder gubernamental lo tienen los ciudadanos. En consecuencia, ningún gobierno está legitimado para ejercer su autoridad en perjuicio de la gente. Esa es la idea del liberalismo clásico que se incorporó en las constituciones mexicanas: el poder representativo sirve a la gente, cualquier otra finalidad o propósito es ilegítima.
Sin embargo, en la práctica, los gobiernos en turno han usado el concepto para justificar políticas que van desde la expropiación petrolera hasta el rechazo de cooperación en temas de seguridad. En el México de hoy, el discurso oficial distorsiona la soberanía para convertirla en un escudo contra cualquier crítica o propuesta de colaboración internacional.
Es claro, sin embargo, que una parte muy importante de la ciudadanía no quiere que el gobierno sea alcahuete de cárteles y polleros. ¿Entonces a qué soberanía apela el régimen cuando se niega a proteger a la gente, quien es la única y auténtica dueña de ese poder?
El crimen organizado: la verdadera amenaza a la soberanía
Si la soberanía es la capacidad de un Estado para gobernarse sin interferencias, entonces el mayor enemigo de la soberanía mexicana no es Trump, sino los cárteles.
Los grupos criminales controlan territorios, regulan la economía informal, imponen su ley a sangre y fuego, y en muchos casos tienen más poder real que el propio gobierno.
Cada vez que una familia paga derecho de piso, que un grupo criminal impide el tránsito en carreteras, o que un político recibe financiamiento del crimen organizado para su campaña, se viola la soberanía mexicana.
No es Estados Unidos quien impide que los mexicanos vivan en paz, es la concesión de amplios territorios a un enemigo interno.
Vulnerabilidad interna y externa
México ciertamente es vulnerable. Si Trump quisiera asfixiarlo, le bastaría con cerrar la llave del gas y la gasolina y el país no resistiría más que un par de semanas. Pero esta fragilidad no se debe sólo a la dependencia de bienes estratégicos, sino a la captura de rentas por parte del corporativismo interno, que convierten a Pemex, la CFE y sus sindicatos en símbolos de soberanía, cuando son precisamente sus expoliadores, lo que nos hace depender aún más del exterior.
Soberanía con responsabilidad, no con discursos
Defender la soberanía no es gritarlo en conferencias de prensa, envolverse en la bandera o cantar el himno nacional. Es ejercerla aquí mismo y ahora.
Y para ello, México necesita urgentemente cuatro acciones:
Clasificar a los cárteles como organizaciones terroristas y enemigos de la soberanía. El Estado debe combatirlos con un marco legal que admita todos los recursos posibles, incluido el uso supervisado de la fuerza letal para casos graves.
Fortalecer la cooperación internacional en seguridad, con una fuerza binacional que persiga, procese y anule a los altos criminales. En este rubro hay décadas de colaboración y nunca se ha puesto en entredicho la soberanía porque las afecciones han sido para ambos países. Al contrario: lo que se necesita es avanzar en una política común de seguridad más profunda y efectiva, pues la actual se ha quedado corta.
Reformar la política fronteriza. Se deben crear zonas económicas estratégicas que reduzcan la migración ilegal —buena parte operada por el crimen organizado— y generen oportunidades con tres políticas concretas: impuestos bajos, desregulación comercial, e inversión en infraestructura.
Recuperar los contrapesos institucionales. Un gobierno sin límites se convierte en un obstáculo para la verdadera soberanía, como es el caso en energía. En una frase: se deben revertir las reformas autoritarias del nuevo régimen.
El cierre que México necesita
La soberanía no es, así, un capricho del gobierno ni un término comodín para encubrir su incompetencia o complicidad. Es un mandato ciudadano, consagrado en la Constitución, para garantizar que el Estado cumpla su función: proteger, servir y dejar prosperar a su gente. El tiempo de los discursos ha terminado. México tiene dos opciones: recuperar su soberanía de verdad o resignarse a ser un Estado fallido con bandera e himno nacional.
Y en un sistema internacional anárquico, multipolar, con graves problemas transnacionales y globales, estando México al lado de la potencia más grande de la historia, con la que se tienen décadas de extensa y profunda integración econónomica, social y política, ¿la soberanía qué tan realizable es? Algunas de sus acepciones o políticas ni siquiera son deseables. Son los populistas los que secuestran la soberanía. En algunos rubros, además de la muy necesaria cooperación que mencionas, se justifica también cierto grado de interdependencia. También sirve como contrapeso. Mucho de lo que Trump no podrá imponer, más allá de su discurso político, se deberá a esta innegable realidad.
Cien por ciento de acuerdo Oscar y también de acuerdo con los comentarios de Daniel y Pablo. La integración a la que podemos aspirar, además de la económica, es la de compartir valores democráticos, respeto a quien opina distinto, a la libertad con responsabilidad, el apego a la legalidad. Donde no existe seguridad en tu persona y tus bienes, donde la justicia es selectiva, no hay soberanía. Quien manda hoy en día en el país es el crimen organizado que ha logrado "integrarse" al gobierno y son una misma cosa. En eso le doy la razón a Trump.