La verdadera diferencia de Morena con el PRI
Existen muchas similitudes entre el viejo PRI y Morena. Pero una es la principal diferencia y es fundamental. Escribe Raudel Ávila.
Una de las lecturas más luminosas de mis estudios universitarios fue la obra de Alexis de Tocqueville. En particular, la profesora Soledad Loaeza nos hacía leer a sus estudiantes Del Antiguo Régimen y la Revolución, un libro, a mi juicio, mucho más profundo e inteligente que la idealizada visión de Estados Unidos en La democracia en América.
En ese libro, Tocqueville, y por conducto suyo la profesora Loaeza en sus clases, nos enseñaba a los lectores que, si el marxismo ve los episodios históricos en términos de cambios y rupturas, el liberalismo los interpreta a partir de continuidades y similitudes. Mediante la identificación de todos los aspectos que se mantuvieron intactos antes y después de la Revolución Francesa, Tocqueville echa por tierra todos los mitos supuestamente innovadores de ese episodio. Con esa mirada es posible analizar en forma mucho más rica los fenómenos políticos y sociales de nuestro tiempo.
Más cerca de nosotros, Luis Medina Peña demostró en su tesis doctoral convertida en un magnífico libro, Invención del sistema político mexicano, las asombrosas continuidades entre el porfiriato y el régimen de la posrevolución mexicana. Son tantos los elementos compartidos entre don Porfirio y el PRI, que incomodan fuertemente tanto a la izquierda como a la derecha mexicana.
Ambos eran hiperpresidencialistas, destruyeron y aplastaron el federalismo mediante la subordinación de los gobernadores al centro, sometieron a los diputados y senadores y convirtieron al Poder Judicial en un apéndice al servicio de la Presidencia de la República. Ambos nacieron de reivindicaciones progresistas y hasta liberales (don Porfirio, igual que Madero tres décadas más tarde, llegó al poder exigiendo respeto al sufragio y, por favor no se ría, la no reelección).
Originalmente, tanto el porfirismo como el priismo estuvieron conformados por hábiles políticos y generales más o menos analfabetas, que con el paso del tiempo engendraron dinastías tecnocráticas competentes para lo administrativo e inútiles para la política. Pero por encima de todo, ambos regímenes se ganaron la simpatía popular y lograron la consolidación de su poder mediante la pacificación del país. Don Porfirio impuso a sangre y fuego el orden en una república bananera que llevaba todo el siglo XIX destrozada por cuartelazos, guerras civiles, pronunciamientos militares y golpes de Estado.
“Con esa mirada es posible analizar en forma mucho más rica los fenómenos políticos y sociales de nuestro tiempo.”
El PRI, asesinando uno tras otro a los caudillos regionales, exterminó las interminables revueltas militares de revolucionarios al final de cada período presidencial y encaminó la sucesión por la ruta del dedazo. Es decir, la gente aceptó la tiranía del porfiriato y el priismo en gran medida como un mal menor frente a la anarquía de los años que precedieron el establecimiento de esos regímenes.
Se dice, y considero que se dice bien, que Morena comparte numerosos elementos con el PRI clásico. Otra vez, el maldito hiperpresidencialismo, el sometimiento de los poderes legislativo y judicial, la destrucción del federalismo, etcétera, etcétera. Muy bien. Y sin embargo, se mueve.
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