Que se vayan ya estos zafios
El funeral de Estado en Chile y la añoranza por la política de la decencia
A mi querido maestroen su cumpleaños.
Uno de los mayores daños del nuevo populismo global ha sido la erosión de la decencia y la conversación pública. La cruzada contra las supuestas élites implicó también un rechazo abierto por las normas mínimas del pudor y la compostura. Había que ser vulgar y pedestre por consigna política –como si así fuera “el pueblo”: soez, gritón, majadero– y además serlo en la gestión pública y en todos los ámbitos del Estado. Por eso Octavio Paz decía que, en realidad, en el populismo “hay un gran e inconfesado desprecio por el pueblo”.
En México lo hemos comprobado después de seis años de kakistocracia vociferante de la peor calaña. El obradorismo empoderó no sólo a lo peor de la política en términos de corrupción e ilegalidad, sino también a la gentuza más tosca y grosera, la más resentida y maleducada. Esto se ha confirmado desde el inicio hasta el final: desde Layda Sansores, la Salomé tropical, bailando impúdicamente con sus labios inyectados de botox y sus licras de spandex apenas conteniendo toda la celulitis en la celebración del triunfo de López Obrador en el Estadio Azteca, hasta los chillidos y majaderías de vecindad de Lenia Batres.
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