Seamos serios
El regreso de Trump es una amenaza para México, pero es inútil victimizarse o apelar a nuestros fantasmas. Hay que tomar el toro por los cuernos y hacerlo con seriedad. Ensayo de Alexia Bautista.
La diplomacia y la política exterior no son el fuerte del gobierno de México. Históricamente no lo han sido pues, por su tamaño y sus capacidades relativas, el país no juega un papel preponderante en la geopolítica mundial. Es cierto que ha habido momentos en los que la agenda internacional cobra mayor protagonismo que otros y este definitivamente debería ser uno de ellos porque la segunda presidencia de Donald Trump en Estados Unidos es un hecho consumado y porque México es uno de los países más vulnerables a las políticas y excentricidades de Trump.
A mi juicio, a la relación bilateral entre México y Estados Unidos la definen dos características fundamentales. Primera, la gran asimetría de poder entre ambos países. Esto significa que Estados Unidos es más poderoso que México prácticamente en cualquier ámbito: militar, económico, tecnológico y diplomático. Segunda, la gran interdependencia que existe entre ambos países. El ejemplo más citado y también más nítido de esto son las cifras de comercio entre los dos países. Con exportaciones que a inicios del 2024 superaron los 78 mil millones de dólares, México se consolidó como el principal socio comercial de Estados Unidos. Y es que ambos países están fuertemente vinculados por medio del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), y la integración de cadenas de valor es profunda, especialmente en sectores como el automotriz, el electrónico y el agroindustrial.
Estas dos características han hecho que la relación oscile entre el conflicto y la cooperación. Desde la década de los noventa, México apostó por la apertura comercial y optó por un alineamiento estratégico con Norteamérica en el que el TLCAN, hoy T-MEC, fue la pieza central. Era una estrategia adecuada ante el fin del mundo bipolar y el auge del regionalismo económico. Aunque con altibajos, esta fórmula funcionó durante décadas y facilitó la colaboración en distintos ámbitos más allá del comercial, como en seguridad y migración. La relación se consolidó como mutuamente benéfica. Sin embargo, no debe perderse de vista que esta interdependencia no es simétrica: Estados Unidos tiene mayor poder relativo que México.
Ahora bien, una política exterior eficaz debe partir de una lectura adecuada de las transformaciones en curso en el escenario internacional y su impacto en cada país, así como de los límites impuestos por la política exterior de otros Estados. En el caso de la política exterior mexicana, debe entenderse que la segunda presidencia de Trump implica, por un lado, un cambio radical en el orden internacional liberal del que el país forma parte; un paradigma que, aunque imperfecto, ha promovido valores como la democracia, los derechos humanos y el libre comercio. Por otro lado, la propia megalomanía del personaje, sumada al control de su partido sobre el Congreso y la Suprema Corte en Estados Unidos, dejan poco margen para el entendimiento y la negociación.
A diferencia de 2016, el Trump de hoy no es un misterio. Al contrario, es probablemente uno de los personajes sobre los que hay más información. Algunos excolaboradores cercanos, como el vicepresidente Mike Pence y su jefe de gabinete, John Kelly lo han calificado como incapaz e inestable y, en el caso de Kelly y del General Mark Milley, como fascista. En cuanto a sus políticas, la agenda es clara: recuperar la grandeza estadounidense o Make America Great Again. ¿Cómo? Por medio de deportaciones masivas de migrantes indocumentados, el debilitamiento de la OTAN, la guerra comercial con China, el desprecio por la política climática, los derechos humanos y el control de armas, así como un gobierno federal que privilegie la lealtad sobre las capacidades.
Contar con más información que en 2016 nos coloca ante un escenario distinto porque la incertidumbre es de otro tipo. Mientras que hace ocho años algunos de los partidarios de Trump insistían en “tomarlo en serio, pero no literalmente”, hoy sabemos que su retórica de confrontación es real; es una manifestación genuina de su visión del mundo. Trump realmente intentó cumplir sus promesas de campaña, como la construcción de un muro fronterizo con México (o una parte de él), la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán y del Acuerdo Climático de París. Por esto, una presidencia de Trump 2.0 representa un momento profundamente peligroso para la vida pública estadounidense y para el mundo.
Esta realidad implica un desafío monumental para el gobierno de Claudia Sheinbaum. El potencial de conflicto es enorme, no sólo por las repetidas amenazas y críticas hacia México en temas como seguridad, narcotráfico y migración, sino por la enorme disparidad de poder entre ambas naciones.
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