Trumpismo nahuatlaca
¿Por qué se equivocan los mexicanos trumpistas y se enfilan a una gran decepción? Escribe Raudel Ávila en su columna dominical.
Leí la estupenda guía de Pablo Majluf para sobrevivir al trumpismo y me resultó muy pertinente. Me interesa sobre todo el primer punto, las ridículas ilusiones que se están haciendo algunos mexicanos y, más grave, intelectuales y analistas de nuestro país sobre la llegada de Donald Trump al poder.
No está de más recordar un poco de historia de otras latitudes, para que nadie se sienta aludido en México. The Lost History of Liberalism: From Ancient Rome To The Twenty-First Century de la doctora Helena Rosenblatt, debe ser uno de los libros de historia de las ideas más importantes de la última década y media. Ahí, Rosenblatt, profesora del doctorado en historia en CUNY, desmiente el lugar común de que el liberalismo es una corriente política de raíces exclusivamente británicas y luego estadounidenses. Por el contrario, Rosenblatt documenta cómo los orígenes de las ideas y prácticas liberales pueden rastrearse a pensadores de la Roma clásica (Cicerón o Séneca) y a la Revolución Francesa.
Desde una aproximación liberal ortodoxa, esto supone una herejía académica, pues pensadores del siglo XX como Hannah Arendt e Isaiah Berlin nos enseñaron a desconfiar de la Revolución Francesa en tanto que dio lugar a la etapa del Terror y a métodos de gobierno francamente antiliberales, sino es que incluso totalitarios. Rosenblatt, en cambio, documenta cómo en el germen de la Revolución Francesa hubo una sólida corriente liberal, heredera de la Ilustración, que pensó en la actividad revolucionaria como último recurso y supuso que le serviría para instaurar un sistema si no plenamente liberal, cuando menos cargado de aristas liberales.
Podríamos identificar este grupo en términos generales como los girondinos, pero no es necesario ir a tanto detalle. Lo que sí merece atención es el hecho de que para el momento en que se desata la etapa del Terror, ese grupo estaba mermado, disminuido y en franca retirada. Una vez iniciada la tormenta revolucionaria, la moderación estorbaba y el radicalismo violento se imponía todos los días. Ahí, poco antes de la derrota definitiva del liberalismo moderado, los integrantes de ese grupo depositaron sus últimas esperanzas en un caudillo que les prometió restaurar el orden, establecer un gobierno liberal y una promoción pública de las ideas liberales en la prensa francesa. Le creyeron. Fue el primer “no podía saberse” de la historia moderna.
El caudillo se llamaba Napoleón Bonaparte y tan pronto llegó al poder, con el apoyo, entre otros grupos, de los pocos liberales sobrevivientes, impuso una dictadura imperialista. No sólo eso: a sus promotores liberales los censuró, los persiguió, los exilió y encarceló. Y es que los caudillos no suelen caracterizarse por una ideología firme, sino por el oportunismo que les permite llegar al poder.
Los liberales no daban crédito. Unos pocos combatieron y denunciaron a Napoleón desde los limitadísimos recursos del panfleto y la prensa clandestina, pero la mayoría quedó desacreditada si no es que como idiota ante el resto de la opinión pública. Claro que, como los analistas mexicanos ante López Obrador, esos intelectuales franceses lloriquearon diciendo “me engañó”, pero la mayor parte de Francia se quedó con la idea de que los liberales eran ingenuos, cuando no políticamente estúpidos. Gente de la estatura de Benjamin Constant y su brillantísima amante Anne-Louise Germaine Necker, mejor conocida como Madame de Staël, se dedicó a escribir sendos ataques contra Napoleón y aunque quedaron registrados como testimonios valientes del naufragio del liberalismo, esa corriente tardaría décadas en recuperar credibilidad y, por consiguiente, fortaleza popular en Francia.
Todo por confiar su destino y sus esperanzas a un hombre, a un caudillo providencial que restauraría el orden y a quien ellos podrían asesorar. Más aún, pensaban que los tomaría en cuenta y adoptaría sus propuestas. En otras palabras, les pasó como a todos aquellos que supusieron que Hitler se contentaría con unas cuantas anexiones territoriales en Europa del Este y que sería un dique de contención contra el comunismo sin amenazar el orden liberal internacional.
Ya se ve que nadie aprende en cabeza ajena. Ese fracaso liberal en la Francia revolucionaria y napoleónica, argumenta indirectamente Rosenblatt, es la explicación de que numerosos historiadores piensen que el liberalismo únicamente existió en Inglaterra. Y es que, nadie podía defender el liberalismo francés como iniciador o incluso precursor del liberalismo moderno, por la vergonzosa estupidez en la que incurrió y el golpe autoinfligido con el que consumó su fracaso. La desesperación liberal por encontrar alguien que restaurase el orden y los valores cristianos frente a la anarquía y la imposición de una moralidad radical impulsada por la Revolución —hoy diríamos wokismo—, llevó al liberalismo francés a perder toda seriedad analítica y a desprestigiarse durante varias generaciones. Si esto le recuerda a usted la simpatía de algunos liberales por Trump, vamos bien.
En otro orden de ideas, dicen los panegiristas del trumpismo nahuatlaca que Trump es justo lo que este país necesita porque se convertirá en un contrapeso al régimen actual con la finalidad de restaurar la democracia en México. Algunos incluso añoran la intervención militar norteamericana en territorio nacional. No han puesto atención ni al personaje que ocupa la presidencia del país más poderoso de la tierra, ni a la historia reciente de Estados Unidos.
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