Mientras haya elecciones libres, el populismo puede ser insostenible en el largo plazo por varias razones, pero subrayo dos. Primero, como buen pariente del fascismo, el populismo está basado en la política de la enemistad, es decir, en una demagogia divisiva que necesita de adversarios para mantener a sus bases movilizadas. Algunos de esos adversarios son añejos, pero también algunas enemistades pueden agotarse, pueden aburrir, o pueden dejar de ser relevantes y pasar de moda (como Salinas, por ejemplo). El régimen obradorista ha tenido adversarios de toda la vida: los ricos, los “blancos”, Calderón, etcétera; pero ha tenido que ir sumando nuevos para mantener el ímpetu revolucionario siempre en pos de un futuro utópico: los aspiracionistas, los científicos, las clases medias, los artistas, los académicos, España, entre otros.
Segundo, el populismo es proclive a la destrucción. Para poder fraguar ese vínculo carismático con su base movilizada, el populista requiere destruir a las instituciones intermediarias. No le sirve una burocracia profesional, ni un gabinete competente, ni gobernadores con demasiado poder, y mucho menos un sistema eficiente de redistribución económica. Él debe ser el mecenas, el ogro filantrópico. Esa destrucción, además, le es instrumental para la concentración de poder personal y la eliminación de resistencias y contrapesos. Por eso debe aniquilar a los órganos reguladores y , en el peor de los casos, a las cortes, al árbitro electoral y al legislativo. Esta inercia a menudo conduce a una enorme ineptitud, porque el populista prefiere lealtad que capacidad. Hay populistas más eficientes que otros, pero la destrucción institucional y la concentración excesiva de poder muy a menudo llevan a decisiones equivocadas. La combinación de todas estas pulsiones destructivas inevitablemente produce un gran número de agraviados y damnificados: usuarios del sistema de salud sin seguro popular, madres solteras sin guarderías, estudiantes sin escuelas, madres de desaparecidos sin respuesta.
Estos agraviados se van sumando a los adversarios tradicionales y con el tiempo la bolsa empieza a hacerse cada vez más grande. El problema –para ventaja del populista– es que la bolsa puede tardar en llenarse: si bien es más fácil destruir un país que construirlo, aun así, toma tiempo; además, no siempre es fácil atribuir el infortunio directamente al régimen populista, es decir, no para todos –incluyendo a las víctimas– es evidente esa relación causal, especialmente cuando reciben dádivas; y tercero, lo más importante, a menudo los grupos que componen esa bolsa están desperdigados e incomunicados, no saben exactamente qué los une, de modo que no pueden canalizar el desagravio juntos.
Sin embargo, la conciencia colectiva sobre el mal gobierno eventualmente cuaja. El problema es que ese chispazo puede llegar demasiado tarde. Como demuestra el estudio Los populismos en el mundo, de Yascha Mounk y el Tony Blair Institute, la mayoría de los regímenes populistas intentan destruir la democracia lo más pronto posible. Por eso es crucial mantenerla viva y poder cambiar de gobernante, pues con elecciones libres y suficiente tiempo, reitero, un régimen populista de corte autoritario e incompetente como el nuestro es insostenible.
Estos agraviados se van sumando a los adversarios tradicionales y con el tiempo la bolsa empieza a hacerse cada vez más grande.
Un antídoto crucial para impedir que se cruce ese umbral es, desde luego, una oposición fuerte. Hay muchas cualidades que debe tener esa oposición para vencer al populismo: una amplia coalición de partidos, un candidato extraordinario, la renovación de cuadros políticos, la marginación de figuras repudiadas que condujeron al desencanto, muchos recursos, reconocimiento internacional, entre otros. La oposición mexicana ya tiene algunos de esos atributos.
Una de las razones por las que los grupos perjudicados se encuentran desperdigados y no atribuyen sus agravios al régimen populista es precisamente porque no hay una figura con un relato que los una y que además dirija esa energía en contra del régimen. Según Romano Prodi, expremier de Italia que venció al populista Berlusconi, esa retórica se construye a través de consignas aglutinadoras en contra del polarizador como en el Aikido japonés, donde el atacado usa la propia inercia del atacante en su contra. Con esto no quiero decir que la figura opositora deba de polarizar en los mismos términos del demagogo, acaso todo lo contrario: debe confeccionar un discurso de unidad en contra del régimen que sea un antídoto al veneno inyectado todos los días desde el poder.
Me parece que Xóchitl Gálvez empieza a entender a cabalidad esta ecuación. La mejor pista es su discurso de victoria como candidata de la oposición el 3 de septiembre en el Ángel de la Independencia. La presencia central y dramática de tres sectores agraviados por este régimen –una madre buscadora, una pepenadora aspiracionista y un campesino extorsionado– es un acto simbólico de esa unión, la muestra de que la candidata comprende que la verdadera coalición opositora no sólo yace en las maquinarias electorales de los partidos –que sin duda son importantes–, sino precisamente en la bolsa de damnificados. Ante ellos promulgó una buena cantidad de consignas aglutinadoras contra el populista: “Escucharemos todas las voces e incluiremos a todos los que se quieran sumar en esta lucha… En este frente cabemos todos. Vamos a abrir las puertas del Palacio Nacional… No van a seguir dividiendo a México, la unidad es urgente”. Se trata de un discurso de reconciliación, sí, pero donde la causa de la división y los agravios es el régimen obradorista.
El acto es augurio promisorio, pero la candidata debe saber que no es lo mismo subir a una tarima a tres emisarios de esos grupos que concitar una gran asociación de ellos a nivel nacional. La lista ya empieza a ser larga. A los previamente mencionados habría que sumar ambientalistas, feministas, periodistas, policías, indígenas, víctimas de la inseguridad, damnificados del sistema de salud, médicos, pequeños y medianos empresarios, campesinos, burócratas, becarios, artistas, diplomáticos e intelectuales. A todos ellos ha repudiado y –en palabras de Xóchitl– “ninguneado” el régimen. El reto no sólo es unirlos, sino encauzarlos a las urnas: un cálculo pragmático que debe cristalizar contrarreloj antes de que el nacional-populismo destruya la democracia.
*Publicado el 10 de septiembre del 2023 en Literal Magazine: Liga