Cuando usted lea esto, Velodímir Zelensky, el presidente de Ucrania, tal vez esté muerto. Acaso también un terrible infortunio le aguarde a su esposa Olena y a sus hijitos Oleksandra y Kyrilo. En teoría es probable y previsible. No le tomaría mucho tiempo a los ocupantes capturarlo y exhibirlo como trofeo imperial, un elixir de sangre para el vampiro Vladimir Putin, al tiempo que el pueblo ucraniano queda a la deriva. Así que sirva esto como oda a un hombre que, cual fuere su destino, ya me ha hecho llorar algunas veces en pocos días y sobre el cual hay que hablarle a nuestros propios hijos y pueblos en un mundo donde los hombres poderosos se han vuelto payasos y el heroísmo cada vez parece más exiguo.
La gran ironía es que Zelensky llegó al poder precisamente como uno de esos payasos outsiders antisistema que la ola demagógica global puso de moda. Es productor, guionista, actor y comediante. Su productora Kvartal 95 hace caricaturas, comedia y películas de textura popular. Él mismo actuó en la serie más aclamada, Servidor del pueblo, una sátira política donde interpretó a Vasyl Petrovych Holoborodko, un profesor de historia de secundaria que se vuelve presidente de Ucrania abruptamente después de que uno de sus alumnos filma un video sobre corrupción que se vuelve viral. Digamos que Zelensky usó su papel paródico como plataforma para su campaña real, con las banderas clásicas del outsider: el sistema es corrupto, oligárquico, hay que devolverle el poder a la gente, yo no soy un político profesional manchado por la política. Ganó con 72% del voto.
Lleva poco en el poder, apenas tres años, casi todos dedicados a combatir la pandemia, de modo que hay pocos elementos para calificar su breve mandato. Su respuesta fue enérgica e inicialmente aplaudida, pero en muertes per cápita por Covid, Ucrania está en el sexto lugar mundial según la Universidad Johns Hopkins. Sus otras dos grandes banderas fueron anticorrupción y resolver el conflicto heredado con Rusia, que ya controlaba parte del Dombás.
En lo primero, según diversos reportes, ha habido un esfuerzo superficial con algunos golpes selectivos a la oligarquía ucraniana, pero la cultura de la corrupción aún está muy enraizada y la garra oligárquica fuerte, además de que Zelensky sufrió un escándalo cuando en los Pandora Papers se reveló que él y su círculo cercano se habían beneficiado de algunas sociedades offshore.
La gran ironía es que Zelensky llegó al poder precisamente como uno de esos payasos outsiders antisistema que la ola demagógica global puso de moda.
Lo segundo era una bomba de tiempo heredada. Rusia ya controlaba partes del Dombás y tenía títeres en los estados separatistas de Donetsk y Luhansk. En cualquier momento y con cualquier pretexto –en este caso los crecientes acercamientos de Ucrania a la OTAN y sus anhelos de incorporarse a la Unión Europea como incipiente democracia– Rusia invadiría. Desde 2019, apenas con meses en el cargo, Zelensky probablemente intuyó que estaba solo. El inefable Donald Trump –aliado de Putin– no sólo estaba debilitando activamente a la OTAN sino que condicionó, en aquella llamada infame a Zelensky, la ayuda militar estadounidense a Ucrania a cambio de que Zelensky investigara las actividades del hijo de Joe Biden en su país. Cuando Zelensky se negó, Trump le retiró el apoyo, lo que provocó su primer juicio de remoción (impeachment) en Estados Unidos. Esa negativa fue prólogo.
Con poca trayectoria y pocos elementos previos, salvo su melodramática llegada populista al poder, Zelensky ha cautivado al mundo entero con su valentía, arrojo y temeridad a la hora señalada, mientras los tanques rusos avanzan sobre Kiev y amenazan con destruir esta joven nación, un enfrentamiento que, en buena medida, se puede leer épicamente como un duelo no sólo metafórico sino concreto, entre la democracia y el autoritarismo, entre la libertad y el despotismo, entre la oscuridad y la luz. Contra todo pronóstico, Zelensky no ha huido. Está en la trinchera. Porta el mismo uniforme que sus soldados. Estados Unidos le ofreció una operación de rescate para evacuarlo y él contestó, ante los ojos atónitos de un mundo que lleva extrañando héroes ya por mucho tiempo, que “La pelea está aquí. Lo que necesito son municiones, no un aventón”.
Esa fue la segunda o tercera o cuarta vez que Zelensky me hizo llorar. El primer destello fue su discurso al pueblo ruso, en ruso, cuando el vampiro Vladimir se disponía a invadir. “La verdad es que esto tiene que acabar antes de que sea demasiado tarde. Si el liderazgo de Rusia no quiere reunirse con nosotros en la mesa por el bien de la paz, tal vez se siente en esa mesa con ustedes. ¿Ustedes los rusos quieren una guerra? Me gustaría mucho saber la respuesta, pero esa respuesta depende solo de ustedes, de los ciudadanos de la Federación Rusa”. Poco después, había protestas antiguerra en todo Moscú.
En ese momento el mundo supo que Zelensky era un estadista de otra era. Le estaba extendiendo al pueblo ruso su disposición de paz, desmintiendo la propaganda que todos los días reciben de su autócrata –que lo pinta como un nazi, aunque es judío– al tiempo que insinuaba que no se rendiría. "Queremos la paz”, dijo en un discurso posterior cuando ya comenzaba la invasión rusa, “pero si alguien quiere quitarnos la tierra, la libertad, la vida o la de nuestros hijos, entonces nos defenderemos”. “Me quedo en la capital. He sido designado como el objetivo número uno. Estamos solos defendiendo a nuestro país”. “Nadie nos obligará a entregar nuestra libertad, nuestra independencia o nuestra identidad. No permitiremos que el enemigo avance”.
Zelensky ha cautivado al mundo entero con su valentía.
Pero, en el fondo, Zelensky no está solo. Además de su espíritu indómito, está con él su gabinete, sus ministros y su Ejército. “Nuestro ejército está aquí, nuestra sociedad civil está aquí, todos estamos aquí”, dijo, sosteniendo la cámara él mismo ya vestido de militar. “Estamos defendiendo nuestra independencia, nuestro Estado, y lo seguiremos haciendo”. Pero sobre todo su pueblo está con él, porque él está con su pueblo. También han dado la vuelta al mundo las imágenes de hombres y mujeres que se quedan en el frente, formados para recoger su arma y defender a su país. En especial estremeció el video de Olena Sokolan, una gerente comercial que recibió un rifle para ayudar a defender la capital: “Cuando escuché las explosiones decidí que estaba lista”, dijo. “Soy una mujer adulta, estoy sana y es mi responsabilidad”. En otro vídeo, un joven voluntario dice, en inglés, en la fila para obtener su rifle: “esta es la invasión entera de mi país y la destrucción de todo lo que amo, es mi casa, no tengo opción sino quedarme”.
Hasta el momento Ucrania ha resistido. La eventual captura de Kiev e incluso del país es probable, pero ya tomó más de lo previsto. Según algunos reportes, se le están complicando mucho las cosas a Rusia entre otras razones porque no esperaba semejante resistencia. Según un cable de inteligencia filtrado de una reunión de Putin con sus oligarcas en los Montes Urales, el tirano está furioso porque la captura de Kiev debió de haber tomado máximo cuatro días. Cada día de guerra cuesta miles de millones de dólares, que Rusia no sabe si podrá financiar, sobre todo ahora que aprietan las sanciones y las potencias se disponen a sacar a Rusia del sistema financiero internacional. De cualquier modo, Rusia no ha empleado ni el 5% de su capacidad militar y, en teoría, podría hacer añicos a Ucrania si quisiera, pero a un altísimo costo humano, tanto más cuanto que es muy probable que aún logrando el derrocamiento del gobierno ucraniano, se fragüe una insurgencia activa, financiada internacionalmente, que se le convierta a Rusia en otro Afganistán, cuyo desenlace ya conocemos.
No sabemos qué pasará, pero Zelensky ya inyectó en su pueblo el suficiente coraje para dejar una marca indeleble en las crónicas del heroísmo histórico. Y no sólo en su pueblo sino en un mundo que en esta época oscurantista de demagogos parecía haber perdido la creencia en los héroes. Vaya que nos evoca al inmenso Churchill, pues sus discursos no son muy lejanos a aquellas épicas palabras de junio del 40: “No vamos a languidecer o fallar. Llegaremos hasta el final, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, ¡nunca nos rendiremos!”.
Zelensky ya inyectó en su pueblo el suficiente coraje para dejar una marca indeleble en las crónicas del heroísmo histórico.
Zelensky es un héroe contemporáneo. Importa celebrarlo, porque no soplan en el mundo aires de libertad. Están en entredicho el liberalismo y la democracia. Se ha perdido confianza en la ciencia y la decencia. Se ven con suspicacia algunos de los cimientos del gran Occidente, están vilipendiadas sus formas y valores, sus grandes logros. Y a veces, como también es propio de Occidente, toma un hombre, un pueblo, una historia, para recobrar el brío, porque venimos de la epopeya, venimos de Ulises, venimos del héroe personal, del carácter que se antepone a la adversidad, venimos de la lucha teleológica entre el bien y el mal, de David contra Goliat, y ascendemos a los héroes como ejemplo para las generaciones actuales y futuras, para que sepan que nada castigan más los dioses que la desmesura y nada premian más que la heroicidad.
*Este ensayo se publicó el 27 de febrero del 2022 en Literal Magazine: Liga